Conforme han pasado los días, el régimen de Nicolás Maduro ha sido incapaz de demostrar que pudo ganar las elecciones del domingo de manera justa y transparente. Todo lo contrario, la oposición ha sido la que ha demostrado con actas en mano su triunfo arrollador sobre el dictador chavista.
El régimen ha respondido con bravuconadas, amenazas y expulsiones de diplomáticos de países que han demandado limpieza electoral. Es su estilo. Ellos jamás han creído en la democracia.
Por eso ha sido sumamente vergonzoso como el FMLN y sus líderes han estado defendiendo la supuesta victoria de Maduro. No hay lógica ni razonamiento sensato que explique semejante conducta, salvo que tiene mucho que pagar del histórico financiamiento chavista que volvió millonarios a sus dirigentes.
La doble moral del FMLN que en el país suele expresar críticas altisonantes al gobierno de Nayib Bukele, mientras defiende a regímenes como los de Venezuela y Nicaragua, es absolutamente condenable. Son una oposición carente de credibilidad porque precisamente tampoco creen en la democracia como sus patrocinadores chavistas.
Lo correcto, lo justo, lo moralmente decente es condenar el fraude perpetrado por Maduro y demandar el respeto a la voluntad popular de los venezolanos.
Esa ha sido la postura de todos los gobiernos decentes de América Latina, de derecha e izquierda. Por eso la postura del gobierno de El Salvador ha sido la correcta con respecto al fraude electoral del domingo en Venezuela y hay que persistir en ella. No se puede mantener relaciones diplomáticas con un régimen que pisotea la voluntad popular. Incluso se puede ir un paso más allá: reconocer el triunfo de Edmundo González y dejar en evidencia al usurpador Maduro. Venezuela merece salir de esa pesadilla y pronto.