El 19 de julio, el coronel Arturo Armando Molina ‒presidente empotrado mediante un escandaloso fraude electoral‒ coronó a Anne Marie Pohtamo como triunfadora del concurso Miss Universo celebrado en nuestro país. Luego, el 25 de julio se produjo la violenta intervención militar en el Centro Universitario de Occidente para impedir –en el marco de las “fiestas julias” santanecas– la realización del tradicional y jocoso desfile bufo montado para hacer mierda a la dictadura de entonces. Cinco días después fue perpetrada la infame masacre de estudiantes de la Universidad de El Salvador y de secundaria, junto al pueblo que acompañaba solidariamente una manifestación de protesta por la anterior violación de la autonomía de nuestra alma mater. 

Al otro lado de la moneda, el 1 de agosto arrancaron los seis días que duró la primera toma de la Catedral metropolitana; entonces fue anunciado el surgimiento del histórico Bloque Popular Revolucionario (BPR). Y el 15 de agosto –casualmente en la fecha del natalicio de nuestro santo– se abrieron para las víctimas las puertas del Socorro Jurídico Cristiano, primer organismo nacional de derechos humanos y pionero latinoamericano en su riesgosa defensa. Todo eso y más ocurrió acá a lo largo de 1975. ¡Hace cincuenta años!

En menos de un mes, pues, este paisito transitó del artificioso espectáculo que montó la dictadura para consumo nacional e internacional a mostrar luego ‒sin maquillaje alguno‒ su rostro brutal y real: el represivo; días después irrumpió en nuestra realidad política una expresión organizada, creciente y combativa del pueblo a la que se sumó la defensa comprometida y valiente de la dignidad de las víctimas, principalmente de entre las mayorías populares.

Ese rostro sanguinario ya había empezado a mostrarse durante el año anterior, cuando se consumaron las masacres de campesinos en La Cayetana y Chinamequita –poblaciones ubicadas en los departamentos de San Vicente y La Paz, respectivamente– así como en Tres Calles dentro del territorio usuluteco. A nuestra “olla de presión” de entonces, le estaban aumentando gradual e irresponsablemente su alarmante temperatura. Molina intentó reducirla impulsando una “transformación agraria”, así la llamó, prometiendo no un paso atrás. Ignacio Ellacuría, el rector mártir de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas ‒en su célebre y emblemático texto que tituló “A sus órdenes, mi capital”‒ sostuvo que ese fraudulento coronel y gorila enfundado con la banda presidencial, falso visionario, no dio “un paso atrás sino un giro de 180 grados y una carrera de miles de pasos”.

¿Por qué ocurrió eso? Pues porque, a diferencia del personaje de García Márquez, este coronel sí tenía quien le escribía su libreto: los terratenientes oligarcas de entonces. No obstante haberles asegurado Molina que el Programa de Transformación Agraria era “el seguro de vida para la libre empresa y el régimen democrático”, terminó ubicándolos entre aquellos pocos que lo rechazaron “con el objeto de mantener privilegios injustos”; entre esos pocos incluyó, además, “a los comunistas y sus aliados”. Pero los dueños del país fueron, en realidad, quienes le exigieron que corrigiera la plana. Y les dio gusto. En cambio a los otros –entre los cuales incluía al campesinado demandante de su derecho a una vida un poco más digna– en lugar de escucharlos y obedecerles les dio garrote, cárcel, tortura, desplazamiento forzado, exilio, desaparición y balas.

Desde aquel entonces hasta estos días, mucha agua ha corrido debajo del puente y ‒medio siglo después‒nuestra rueda de la historia sigue dando vueltas en el mismo tramo de este río cuya desembocadura ya sabemos cuál es. Pero hay que ir más atrás y hablar de casi un siglo antes de lo ocurrido en estos días“bukeleanos” de “golpismo enmascarado”, cuando el general brigadier Maximiliano Hernández Martínez dio un golpe de Estado en diciembre de 1931 y acto seguido ejecutó la matanza de enero de 1932; ese tirano modificaba a su antojo la Constitución para entronizarse en el poder, el cual tuvo agarrado férreamente durante casi trece años hasta que le llegó su hora.

Entre abril y mayo de 1944 finalmente le soltaron la mano y le voltearon la espalda los poderes militar, imperial y económico tras un cuartelazo fallido y el fusilamiento de un número considerable de oficiales junto a  algunos civiles, el asesinato de un joven salvadoreño estadounidense a manos de un agente policial y la creativa huelga general de brazos caídos. Esta última gesta fue determinante para que el dictador se cayera de la moto de sus pudientes amos, que no toleraban pérdidas en sus ganancias. ¿Por qué no pensar y actuar en consonancia antes de que, como en anteriores pasajes terribles de nuestra historia, esta “olla de presión” vuelva a reventar?Porque a todo chancho, le llega su hora…