Desde 1948, y por decreto legislativo publicado el 12 de mayo en el Diario Oficial, se celebra en El Salvador, cada 15 de mayo el Día de la Enfermera (o) con la finalidad de rendir tributo y justo reconocimiento a las personas que por vocación ejercen tan loable, sacrificada y humanitaria profesión.
Se necesita vocación pura y amor por el prójimo para desempeñar una labor que requiere sacrificio y empatía, tal como lo hizo la enfermera más conocida y admirada en el mundo. Se trata de la británica Florence Nightingale, pionera de las enfermería moderna quien nació en 12 de mayo de 1820 y fallecida el 13 de agosto de 1910, a los 90 años de edad.
Precisamente en honor a Nightingale, quien fundó su Escuela de Enfermería en 1860, se conmemora a escala mundial el Día Internacional de la Enfermería y en nuestro país cada 15 de mayo se les honra y reconoce como personas útiles y necesarias para la salud y los procesos de recuperación sanitaria. Salud enfermeras (os).
En mi caso particular he estado en tres ocasiones al borde de la muerte: En febrero de 2013 un autobús arrastro mi carro unos diez metros y producto de ellos resulté con mis costillas quebradas, mi rodilla dislocada, ciego y y con pérdida de mis sentidos; la segunda vez en diciembre de 2019 cuando de emergencia me operaron por una hernia en la última vertebra y por una mala praxis me generaron una infección generalizada en todo mi organismo; la tercera ocasión me ocurrió en enero de 2024 cuando sufrí un derrame cerebral isquémico.
En las tres ocasiones estuve hospitalizado y con ayuda de Dios, mi familia, los médicos y el personal de enfermería he logrado salir adelante. Actualmente aún me recupero de las secuelas de derrame, pero voy superando poco a poco y todo gracias a quienes me aman y a quienes aman a sus semejantes.
Nunca había agradecido de manera pública y sincera a las enfermeras, desde aquella que llegó a besarme la frente y a decirme que mi madre me enviaba saludos desde el cielo, hasta la que nunca me encontraba la vena para inyectarme el suero aduciendo que estaba "gordito". Resulta que, la segunda vez, estando internado en el hospital del Diagnóstico me dolía tanto mi cuerpo que tuvieron que inyectarme para provocarme el sueño y casi de inmediato comencé a soñar con mi madre y a pedirle que me ayudara en mi recuperación. Mi dolor desapareció y una joven enfermera entró a la habitación, me tomó de la mano y comenzó a orar por mí, al final me dio un beso en la frentey me mi dijo que mi mamá me mandaba saludos.
Desperté llorando y creyendo que había sido un dulce sueño, pero entonces supe que pese a lo negativo y pésimo de mi diagnóstico médico no era mi tiempo para morir. Cuando recibí el alta una joven delgada y de piel morena vestida de civil me dio un abrazo y me dijo que ella era enfermeray que se alegraba por mi recuperación, porque una semana atrás había entrado a mi habitación a orar junto a mí. Hasta ahora ni siquiera sé su nombre, pero la recuerdo con mucho cariño y aunque regresé al hospital para el tratamiento nunca la volví a ver y nadie me dio referencias de ella.
En los casi cinco meses que he pasado internado producto de mis quebrantos de salud tuve la suerte de tener excelentes médicos, pero también la suerte de tener a excelentes enfermeras y enfermeros que me supieron tratar y comprender en mi lecho de enfermo. Lo de la mala praxis fue debido a que soy alérgico a los antibióticos y a pesar de ellos me suministraron esos productos. Afortunadamente los médicos y las enfermeras (os) lograron sacarme de esa crisis somática.
Hubo enfermeras que me trataron como a un niño y que estuvieron pendiente de todo lo que me ocurría. Puntuales, siempre dando palabras de aliento y con una dulzura que realmente parecían ángeles. Siempre hay alguna malhumorada y que ejerce sin vocación, pero son poquísimas, generalmente porque han hecho turnos de 24horas o más o porque sencillamente se equivocaron de profesión.
Claro, uno como paciente reclama atención de inmediato, a veces sin darnos cuenta que aquellas mujeres y hombres vestidos de blanco, en ocasiones trasnochados, tienenmuchos enfermos a los cuales tienen que cumplirles dosis y seguimientos constantes. Profesionales que tienen que guardarse sus lágrimas ante la tristeza que las causa el dolor de los pacientes y que siempre deben transmitir optimismo, aunque el enfermo ya esté en su periodo terminal.
“Cada vez que muere un paciente me deprimo y me encierro en el baño a llorar” me dijo Luisa Sandoval, una enfermera que me inyectaba en el Hospital Amatepec y quien se quedó siendo mi amiga hasta su fallecimiento en 2021, víctima del Covid-19. Luisa (QEPD) era enfermera graduada y un primor con todos los internos de aquella sala de traumatología.
Yo vivo eternamente agradecido con cada enfermera (o) que me ha tocado seguir procesos de recuperación. Ellas (os), con mucha vocación, mal pagados, a veces incomprendidas (os) y haciendo sacrificios sobrehumanos cumplen una loable labor humanitaria.
Felicidades a todas las enfermeras por su amor hacia la humanidad, muy especialmente a Doris Alexis Escobar, Teresa de Jesús Méndez, Cissy Chávez, Ana Zoila Escobar, Cruz María De la Cruz, Hilda Amelia Pérez y a todas (os) las que ejercen con amor y nobleza la enfermería. Bendiciones queridas enfermeras.