La infancia no solo es la mejor época de nuestra existencia, sino también es la etapa que marca para siempre nuestras vidas. Los psicólogos aseguran que es en la (primera) infancia cuando los niños comienzan a moldear su personalidad y a acumular experiencias y recuerdos inolvidables, por lo cual sus vivencias deben ser positivas e idealmente llenas de amor y comprensión en un contexto social idóneo.

Técnicamente la infancia llega hasta los 17 años. Desde que somos concebidos hasta el fin de nuestra niñez, la familia, la sociedad y el Estado están obligados a proteger y llenar de valores a los futuros ciudadanos, garantizando el acceso a la salud, educación, alimentación, techo, abrigo y sano esparcimiento.

Los adultos estamos obligados por deber y humanidad a llenar de gratos momentos la vida de los niños. El periodista y pensador estadounidense Robert Brault dijo alguna vez: “La risa de un niño es la música más hermosa del mundo” y vaya que tuvo razón. Los adultos estamos obligados a convertir en un carrusel de alegría la vida de los niños para que ellos, como futuros ciudadanos, lleguen a ser personas valiosas para la sociedad.

La destacada novelista de suspenso, la inglesa, Agatha Christie señaló que a todo adulto útil lo mejor que le sucedió es haber tenido una afortunada infancia feliz, lo cual es un derecho con el que nacemos.  Idealmente ningún niño debe vivir la frustración de ser infeliz. Su mundo debe estar lleno de sueños e ilusiones, deben desarrollarse sin preocupaciones y con la seguridad de un futuro promisorio, donde prevalezca la paz, la libertad, la justicia y las oportunidades de una vida llena de calidad.

El dramaturgo de origen checo Tom Stoppard asegura que la infancia es un estado de ser y no un mero preludio del futuro, e insta a los adultos a no perder la capacidad de asombrarse y alegrarse ni perder la perspectiva de la infancia, pues se debe de llevar siempre la vitalidad y la esencia de uno mismo. “Si se lleva la infancia consigo, nunca se envejece”, acotó.

Todo adulto debe recordar su infancia con una sonrisa y amor por los suyos. Sacar del baúl de los recuerdos un abanico de experiencias y revivirlas con una mueca de alegría y satisfacción, eso es sinónimo de felicidad vinculada a una sana convivencia. Todo adulto debe recordar los consejos y el trato primoroso de nuestros padres, abuelos y los adultos de entonces, las aventuras fantásticas de nuestro mundo de juegos y creativo, nuestros compañeros y maestros de nuestra primaria y la libertad de nuestros sueños.

Muchos tuvimos el privilegio de criarnos en hogares estables, con el primor y la protección de nuestros padres y con acceso a la salud, educación, alimentación y todo lo básico. Con carencias, algunas más que otras, pero fuimos felices deseando llegar a adultos. Crecimos con la intrepidez de nuestro ignorancia y atrevimiento. Y sobrevivimos. Fuimos felices y hoy añoramos aquella época que no volverá pero que estamos obligados a replicar en nuestros hijos, nietos y la niñez en general.

La niñez merece todo lo mejor, nuestro esfuerzo como Estado, sociedad, familia y ciudadanos debe encaminarse a generar mejores las condiciones de vida para estos seres que más que el presente, son nuestro futuro, un futuro inmediato que debemos garantizarles próspero, justo, libre, pacífico, tolerante y con un medio ambiente propicio para vivir.

En El Salvador, por decreto legislativo, cada 1 de octubre se celebra el día del niño (niñez y adolescencia). La fecha coincide con la conmemoración de la Declaración de los Derechos de los Infantes, aprobada por la Organización de las Naciones Unidos (ONU) el 1 de octubre de 1959. La declaración es el instrumento jurídico de mayor alcance al ser suscrita por 193 países, entre ellos el nuestro.

Un cartel llevado en una marcha por los derechos de la niñez textualmente nos recordaba “La niñez es para jugar y estudiar… no al trabajo infantil”. A eso yo le agregaría que tampoco es para sufrir discriminación o cualquier forma de maltrato. Los niños no deben ser maltratados por nadie de ninguna forma. El trabajo infantil es un modo de maltrato y en el país, aunque en el sector de la construcción y azucarero ya desapareció el trabajo infantil, todavía hay decenas de miles de niños y adolescentes que viven en el mundo laboral.

Un informe del Ministerio de Trabajo y del Sistema de Información del Mercado Laboral (SIMEL) señala que hasta 2023 en el país había 79,094 niños y niñas trabajando. De esa cantidad el 70 por ciento en la zona rural. La cifra, según lo estima el mismo informe, está desestimado en el sector del trabajo doméstico. Los datos indican un crecimiento sostenido, ya que alrededor de 3,000 trabajos infantiles se suman por año. Esto hay que revertirlo.

Obviamente es la pobreza el principal factor que promueve el trabajo infantil. Los niños que trabajan tienen dificultades para acceder a la educación formal y muchos se exponen a los peligros de la actividad que realizan, sin tomar en cuenta la discriminación salarial, el abuso en todo sentido y la pérdida al derecho del sano esparcimiento.

Hoy, cuando en el país celebramos el Día del Niño (niñez y adolescencia) debemos reflexionar si realmente estamos garantizando a nuestros niños un presente bonancible para un futuro mejor. Los adultos también fuimos niños y nunca debemos dejar de serlo. Recordemos que un adulto que sigue nutriendo a su niño interior trae consigo una luz.

Un abrazo hoy y siempre a todos los niños de mi país, especialmente a Mateo, Rosita, Matías, Hecmar, Lucca, Angie, Isaac, Fernando, Douglas, Aaron, Estefany, Michelle, Lizzi y Andrea, así como a todos los adultos que nunca dejamos de ser niños… solo evolucionamos.

*Jaime Ulises Marinero es periodista.