Desde mi perspectiva como criminólogo y victimólogo la distinción entre femicidio y feminicidio, aunque a veces sutil, es crucial para comprender la raíz profunda de la violencia letal contra las mujeres en nuestra sociedad. No se trata de un mero juego de palabras, sino de reconocer la dimensión estructural y el componente de odio que subyace a estos crímenes.



Si bien el término femicidio puede entenderse en su acepción más literal como el homicidio de una mujer, es la forma extrema de violencia hacia las mujeres, es la muerte misógina de mujeres; por otro lado, feminicidio involucra la impunidad que estos casos en la mayoría de los países. El término acuñado y popularizado por académicas como Diana Russell y Marcela Lagarde, va mucho más allá. El feminicidio implica que la muerte de la mujer ocurre en un contexto de violencia de género, motivada por el odio, el desprecio, la misoginia y las estructuras patriarcales que históricamente han subordinado a lo femenino. En muchos Estados existe negligencia, incompetencia, y ausencia de voluntad política y técnica especializada para investigar, capturar, demandar y lograr la condena del imputado por eso se condena a un Estado.

En El Salvador leemos, vemos en televisión y redes sociales, escuchamos en radio muchas definiciones erradas, tergiversadas, o con alguna tendencia dependiendo en nombre de quien lo expresa, o generalizando; esta distinción de los términos se vuelve fundamental. No todos los asesinatos de mujeres son feminicidios en el sentido criminológico estricto, como puede ser el caso de un asesinato por robo en un autobús o en un local comercial. Sin embargo, la violencia feminicida sí es un fenómeno palpable y arraigado, donde el odio hacia lo femenino se manifiesta en un continuo de agresiones que culminan en la privación de la vida.



¿Cómo se evidencia este odio? Se revela en la brutalidad de los actos, en la cosificación del cuerpo de la víctima, en la saña con la que se infligen las heridas, en la exhibición de los cuerpos como trofeos de poder. Se manifiesta en los celos patológicos que justifican según este hombre machista el control y la posesión, en el castigo ante la autonomía femenina, en la creencia de que la mujer es un objeto desechable.

Este odio no surge de la nada. Se alimenta de una cultura machista profundamente arraigada, donde los roles de género son rígidos y la autoridad masculina se impone a través de la violencia. Se perpetúa en la impunidad que a menudo rodea estos crímenes en los cinco continentes, enviando el mensaje de que la vida de las mujeres tiene menos valor.

La relación entre la violencia feminicida y el feminicidio es de causa y consecuencia. Las formas previas de violencia de género –la psicológica, la física, la sexual, la económica– son los escalones que conducen al acto final. El femicidio es la expresión más extrema y letal de ese odio hacia lo femenino que impregna nuestra sociedad.

Estimado y estimado lector ahora tiene información criminológica para establecer y no confundir el homicidio de una mujer, el femicidio (no tipificado en El Salvador) y el feminicidio. Previo a la aprobación de la Ley Especial Integral para una Vida Libre de Violencia para las Mujeres (LEIV) pude exponer en varias ocasiones que la palabra femicidio era la que más aplicaba en nuestra sociedad, aunque en el período 2010-2018 si hubo casos de feminicidio por deficiencias y negligencia del Estado, evidentes en casos impunes. La revisión integral y actualización de la LEIV es indispensable luego de 15 años de vigencia.

Para abordar esta problemática de manera efectiva, debemos ir más allá de la tipificación legal del feminicidio, feminicidio o homicidio de mujer. Es crucial desmantelar las estructuras culturales y sociales que alimentan el machismo y la misoginia. Esto implica una transformación profunda en la educación desde la primera infancia, en los medios de comunicación, en las instituciones, sector privado y en las actitudes individuales. Este odio hacia lo femenino no se combate o erradica por un decreto.

La lucha contra la violencia feminicida y el feminicidio exige una comprensión profunda de la raíz del problema: el odio hacia lo femenino. Solo reconociendo y confrontando este odio podremos construir una sociedad donde las mujeres puedan vivir libres de violencia y donde sus vidas sean verdaderamente valoradas. La sangre derramada de cada víctima nos recuerda la urgencia de esta tarea.

*Por Ricardo Sosa, Doctor y máster en Criminología www.ricardososa.net