Hace más de 45 años, en Centroamérica tomaron el poder unas fuerzas revolucionarias agrupadas en un solo puño. Ocurrió en Nicaragua, cuando el Frente Sandinista de Liberación Nacional derrocó el 19 de julio de 1979 al dictador Anastasio Somoza Debayle, conocido como "Tachito", tercero y último eslabón de la odiada dinastía instaurada por su padre: el también general Anastasio "Tacho" Somoza García. Este fue presidente entre 1950 y 1956, hasta el atentado que culminó con su muerte. Su hijo Luis lo sustituyó durante siete años; "Tachito" ocupó el cargo de 1967 a 1972 y de 1974 hasta su caída. Larga historia familiar despótica, superada por la que después se le vino encima al pueblo chocho: la de Daniel Ortega y Rosario Murillo.
Aquella revolución, que al inicio enamoró a buena parte del mundo, fue maleada progresivamente hasta convertirse en la dictadura feroz y asesina que es ahora. Tras el desplome de "Tachito" ‒ultimado catorce meses después en Paraguay‒ nació la llamada Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional encabezada por Ortega. Dos de sus integrantes, la recién fallecida Violeta Barrios viuda de Chamorro y el empresario Alfonso Robelo, dimitieron en abril de 1980; años después, Sergio Ramírez Mercado y Moisés Hassan abandonaron el sandinismo oficialista.
A día de hoy, la "Chayo" y Daniel son "copresidentes". Eso a ninguno de los Somoza se le ocurrió, pero este par salió corregido y aumentado. Tras ganar las elecciones del 2006 y reelegirse en el 2011, el 2016 y el 2021, él ha permanecido en el puesto –ahora en mancuerna con su esposa– durante casi dos décadas. Pero antes había ocupado la silla presidencial desde 1984 hasta 1990, año en el cual perdió las elecciones. También fue derrotado en 1996 y en el 2001. De esos eventos, centraré mi atención en el de 1990.
Entonces, en la inmensa mayoría de las encuestas aparecía triunfante el candidato sandinista por mucho. El "Gallo ennavajado" se autonombró; destacaba de su campaña proselitista una producción musical así titulada y algo bayunca. La rival que más se le "acercaba" era la ya mencionada doña Violeta, quien siendo apuesta de la Unión Nacional Opositora a final de cuentas resultó ganadora con alrededor del 55 % de los votos emitidos. Casi casi lo que Borge y Asociados pronosticó. No obstante, esta encuestadora costarricense fue cuestionada por no revelar su metodología. Sin embargo, en esos días oí decir que había instalado cabinas dentro de las cuales la gente respondía en secreto la batería de preguntas que depositaba en una urna.
No puedo dar fe de esto último; pero si ocurrió, resultó ser un mecanismo efectivo y útil. Aclaro que lo escuché en aquel país, hermano en las buenas y las malas, porque viajé al mismo para participar en dichos comicios como observador internacional, integrando una iniciativa de los frailes dominicos. Lo que sí me consta es aquella multitud congregada el miércoles 21 de febrero en la entonces Plaza Carlos Fonseca Amador, presenciando el cierre de campaña sandinista y ‒de paso‒ deleitándose con el mejor reggae de la época: el de Jimmy Cliff. Más noche, cenando en un restaurante, escuché a un envalentonado y triunfalista comandante orteguista diciendo: "¡La plaza ya votó!".
Entre esa fecha y la del domingo decisivo, circulaba un día por las calles managüenses con un funcionario del sistema interamericano; íbamos en un vehículo identificado con el escudo de la Organización de Estados Americanos. Mientras esperábamos la luz verde del semáforo, se nos acercaron dos jóvenes engalanados con los coloridos distintivos del "Gallo ennavajado". Nos preguntaron si pertenecíamos a dicha entidad. Para no complicarse, mi colega dijo que sí. Inmediatamente, uno de ellos nos pidió que hiciéramos algo para que Ortega no ganara. Al preguntarle extrañados por qué, la respuesta fue un contundente "no queremos ir a la guerra". Entendible: ese par de adolescentes hacían propaganda para el orteguismo, pero les aterraba ir a combatir a los "contras" financiados por Estados Unidos.
¿Por qué recordar estos hechos? Pues porque en guerra, dictadura u otro tipo de situación social anómala, la opinión real de mucha gente tiende a esconderse; en tales escenarios, sus verdaderas valoraciones están condicionadas. Típico del Güegüense nica. Parafraseando a la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, este es el personaje mítico que en la época colonial no enfrentaba directamente al dominio español; más bien, se mostraba "cooperativo y conciliador" mientras taimadamente ingeniaba formas para socavarlo. No hay que culpar, pues, a quienes allá o acá hoy ocultan su real sentir político; se debe condenar a quien en su ambición desmedida controla, hostiga, atemoriza, reprime, miente y militariza la sociedad. En fin, aquel que siembra terror.