En lo que hoy identificamos como la República Federal de Alemania, en la región centro occidental de ese territorio, se firmaron en 1648 dos Acuerdos que hoy denominamos genéricamente como el Tratado de Westfalia, con el fin de asegurar la paz entre las diversas casas reinantes, asentadas en lo que hoy conocemos como Europa.
Lo cierto es que, en principio, fueron para poner fin a la Guerra de los 30 Años entre la casa real de Francia y la hispana (1618-1648) a y otraliados ente unla para poenr fin a la Guerra de los 30 añossas casas reinantes yy y ls y a la Guerra de los 80 años o Guerra de Flandes (1568-1648) y los aliados de unos y otros, asentados en el Sacro Imperio romano germánico. Igualmente se les conoce como las guerras religiosas entre la Europa protestante o luterana y la iglesia católica romana, que abarcaba desde el reino de Suecia hasta el de Inglaterra.
Por suerte para la humanidad, los cristianos de uno y otro bando superaron su Edad Media. Y mucho tiene que ver en ello, el compromiso adquirido por las casas reinantes en Westfalia, en fecha que hoy nos parece muy remota, pero que marcaron el inicio de los modernos valores culturales y jurídicos de lo que se conoce como Occidente, que rigen las relaciones de respeto entre los estados miembros de la comunidad internacional.
Allí nació el concepto de estado nación, soberanía, limites territoriales y la separación entre la religión y el estado.
Pudiéremos afirmar que lo que llamamos el oscurantismo sostenido en la ignorancia o ausencia de conocimientos aunado a los prejuicios, dio un salto enorme cuando se logró separar la religión del Estado, a lo menos en Europa, y en consecuencia en aquellas regiones que colonizadas por ella a partir de 1492.
Lamentablemente, como muy bien reflexiona al ya fallecido teólogo suizo Hans Kung, el islamismo no ha superado su Edad Media, y su fe es causa de conflicto permanente entre las naciones, porque la emoción se impone sobre la razón, convirtiéndose en causa y efecto de los inexplicables e inaceptables expresiones violentas de imposiciones y rechazo al respeto por el otro.
Nuestro continente americano es una extensión cultural de Europa, todos y cada uno de los países que lo integran, desde Canadá hasta la Patagonia argentina y las islas del Caribe somos y pensamos con los valores culturales europeos. El movimiento independentista fruto de los conceptos de la Revolución francesa, de la Ilustración, la Constitución de Cádiz y, de la primera constitución escrita que rige el orden legal republicano, la Constitución federal de los Estados Unidos de 1787, heredera igualmente de la Carta Magna inglesa de 1215.
La cultura occidental hunde sus raíces en el derecho romano y en la filosofía griega. Y antes, en el Pentateuco o Torá de la Biblia hebrea. Es decir, las conquistas por el respeto a la dignidad y derechos del prójimo ha sido forjado en un largo proceso milenario hasta llegar al presente que, presentimos, aún nos encontramos a mitad del camino.
Podríamos entonces sintetizar esos valores que se denominan greco-judeocristianos en dos vertientes, el político y el ético. El político se evidencia en la participación y convivencia ciudadana, regida por un cuerpo de disposiciones legales generales e iguales para todos, expresados en constituciones escritas o no, leyes, decretos, resoluciones y disposiciones de obligatorio cumplimiento emanadas por una autoridad pública facultada para ejercer ese actividad, como el Poder legislativo, el judicial el Ejecutivo, o el llamado poder municipal.
Lo que tienen en común los estados que participan de la cultura occidental, es la legalidad y legitimidad de una norma de obligatorio cumplimiento, igualitaria y única para todos los ciudadanos, sin distinción alguna.
Y en lo ético, el respeto a la integridad moral y existencial del otro, sin distinción alguna por razones de religión, raza, origen social o sexo. Es decir la igualdad, el derecho a la libertad y el respeto a la dignidad del otro.
Estos comportamientos formales o sociales similares compartidos en común, sustentados en el respeto a la dignidad del otro, es lo que de manera amplia se conoce como cultura y valores occidentales. Que se anteponen a aquellas sociedades marcadas por la exclusión del otro, y la no distinción entre lo religioso (que pertenece al ámbito intimo da cada persona) y el estado. El derecho de creer o no creer.
Estos elementos tanto formales como intelectuales, concluyeron luego de los Tratados de Westfalia, y haciendo una esfuerzo de síntesis valorativa, en la creación de Carta de la Naciones Unidas de 1945, con el fin de ir hacia la convivencia pacífica entre todas las naciones organizadas del orbe.
Y esos valores que llamamos occidentales, generaron igualmente una coincidencia de acción entre los países que los comparten. Que entrañan igualmente la protección entre ellos, frente a los peligros de despotismos destructivos aun existentes en la comunidad internacional, tal como lo fueron en su momento el nazismo, el fascismo y el comunismo soviético, y sus pretensiones imperiales de dominación mundial.
Hoy, esas hegemonías ideológicas, semejantes a las guerras religiosas de la Edad Media, fueron derrotadas en el campo militar y político, o implosionaron por ineficaces e inviables. La Unión Soviética simplemente se derrumbó, y con ella todos sus estados satélites. Alemania e Italia regresaron a sus raíces y adoptaron la democracia en cualesquiera de sus formas de sus expresiones, bajo la concepción económica de la libertad de mercado.
Los europeos dieron un paso más allá, esa pluralidad de estados, compartiendo diferentes lenguas pero una misma visión social optaron por unirse en una especie de federación, a la manera estadounidense original, en lo que se llamó la Comunidad Económica Europea y luego simplemente Unión Europea; con un Parlamento y un Ejecutivo regional que hoy abarca a 27 países, muchos de ellos, antiguamente bajo la órbita soviética, como Bulgaria, Polonia, Estonia, Rumania y Eslovaquia.
En consecuencia, Europa como región geográfica y cultural y los Estados Unidos que participó en la Segunda Guerra Mundial, y coadyuvó a la reconstrucción de la Alemania derrotada y de Europa misma, se ha considerado desde su propio nacimiento como republica independiente, parte moral intangible de la cultura y valores occidentales, valga decir la democracia.
Inesperadamente ha surgido una nueva reorganización o reacomodo de la comunidad internacional que rompe con alianzas acordadas o dadas por hechas entre los Estados Unidos y Occidente, concretamente entre los Estados Unidos y la Unión Europea; podríamos afirmar que de una manera drásticas pareciere que Washington, rompe con esa comunidad de intereses intangibles para acercarse a modelos despóticos del ejercicio del poder, representado por la Rusia de Vladimir Putin y, neutralidad ante regímenes similares como el de Corea del Norte, Bielorrusia y hasta la misma República Popular de China.
Si ello fuere así, es evidente que el ciclo histórico iniciado en 1648 en Westfalia entra en una etapa progresiva de mutación, donde el interés económico, el poder que representa el dominio de la ciencia y la tecnología privará en lo adelante, en la reagrupación de intereses en función de esta realidad, cuyo símbolo externo es el control de la Inteligencia Artificial, y la posesión de los llamados “minerales raros”.
Esta inquietud se evidencia en la última votación de la Asamblea General de las Naciones Unidas del pasado lunes 24 de febrero, donde frente a una iniciativa de Ucrania para poner fin a la guerra, Estados Unidos votó en contra junto a Rusia, Eritrea, Bielorusia, Nicaragua, Haiti, Burundi, ra, Estados Unidos votpcimento eusia, frente a una inicitiva de Ucranik para poner fin a la guerra, Estados Unidos votpcimento eNigeria, Sudán entre otros de los18 países que lo hicieron. Venezuela no se alineó con los Estados Unidos y Rusia, porque no podía votar, dado que se encuentra en deuda con las Naciones Unidas por impago de sus cuotas anuales.
En esta oportunidad la moción presentada por Ucrania recibió 93 votos a favor, frente a los 18 en contra; pero hubo 65 abstenciones.
• Juan José Monsant Aristimuño, exembajador de Venezuela en El Salvador