La literatura y la medicina han estado siempre vinculadas. Son islas paralelas con puentes discretos por los que algunos escritores han ido y venido. No todos los médicos podrían ser escritores, no, ni mucho menos. Pero si hay escritores en ciernes entre los médicos, el territorio de la medicina les es propicio para la ficción.



El contacto diario y 'profundo' (cuando el médico se compromete con la situación de sus pacientes) depara muchas sorpresas para los médicos que aspiran a ser escritores.

El médico es un conversador nato, habría que precisar, o debería serlo, porque por esa puerta puede llegar con mayor precisión al diagnóstico, herramienta clave de la intervención médica. Muchos médicos quizá no lo sepan, pero su cercanía con el paciente se asemeja mucho a la labor del antropólogo. Ambos escuchan, observan, ponderan, evalúan en un cara a cara.



Las historias están ahí, pasando y pasando, hasta que un médico se pone 'la bata' de escritor y empieza a emborronar cuartillas.

A veces los médicos-escritores estrenan armas literarias de forma temprana como el francés Ferdinand Céline ('Viaje al final de la noche', 1932), el ruso Antón Chéjov ('La sala No. 6', 1893), el brasileño João Guimarães Rosa ('Gran Sertón: Veredas', 1956).

Y hay casos de casos, por ejemplo, el británico William Somerset Maugham ('El filo de la navaja', 1944), que se graduó de médico, pero nunca ejerció. O el estadounidense William Carlos Williams ('Los relatos de médicos'), que siempre estuvo en ejercicio de su profesión y de su especialidad, la pediatría.

También está el caso del polaco Stanislaw Lem ('Memorias halladas en una bañera', 1971), quien comenzó a estudiar medicina, abandonó esos estudios, los retomó después de la segunda guerra mundial y al final se graduó, pero nunca ejerció.

El argentino Ernesto Guevara (conocido como 'Che' Guevara) fue médico y ejerció la profesión un tiempo y cuando la acción política se interpuso en su camino pues la literatura, sin que fuera un plan deliberado, se hizo presente en sus escritos. Sus distintos diarios (en motocicleta por Suramérica, en la guerra en Cuba de 1956 a 1959, en Congo en 1966 y en Bolivia en 1967) son unos de los textos narrativo-testimoniales de mayor calado que se han escrito.

La rusa Vera Ignátievna Gedroitz, fue médico-cirujana y escritora. También está la egipcia Nawal El Saadawi ('Memorias de una joven doctora', 2008).

Cuando un escritor o una escritora que ejerce la medicina pasa al terreno de las ficciones a veces se cree que trasladan sin más sus experiencias clínicas a la literatura, y quizás eso no es así en todos los casos.

El privilegio de quien practica la medicina, al tener las confesiones íntimas de sus pacientes, al observarlos en crisis, al evaluar sus mejorías, al constatar sus fobias, sus alegrías y un sinnúmero de factores hace que, al momento de escribir ficciones, esos textos estén 'bañados' por ese conocimiento de primera mano.

En algunas ocasiones del mismo canapé salen personajes a las páginas de un libro de cuentos. Otras, los temas del mundo médico se posesionan de una pieza de teatro o una novela. En la novela 'Corazón de perro', del ruso Mijaíl Bulgákov (médico ruso), hay todo un entramado que lleva a que a un perro callejero se le trepane el cráneo, se le implante una glándula pituitaria humana y se le implanten testículos humanos. Una alegoría extraordinaria que en los tiempos de la Unión Soviética fue por supuesto censurada.

Sin embargo, la literatura de quienes practican la medicina no se reduce a los temas médicos. También tocan otros tópicos, pero no puede negarse que el conocimiento detallado de la naturaleza humana les permite transitar por honduras y recovecos que otros escritores no exploran.

Sigmund Freud, el fundador del psicoanálisis, era médico y su voluminosa obra ensayística podría acreditarlo como un escritor también, a su pesar.

La relación entre la medicina y la literatura, sin embargo, también es problemática, porque no siempre es posible sostenerse en los dos territorios, el de la ficción y el de la cruel realidad médica, y muchas veces vence la literatura y la profesión médica queda ahí, aparcada, como lo que le pasó al portugués António Lobo Antunes ('El orden natural de las cosas', 1985), que solo ejerció como psiquiatra un par de años antes de entregarse por entero a la actividad literaria.

• Jaime Barba, REGIÓN Centro de Investigaciones