Si vamos a hablar de la situación de la gente que puebla el abajo y adentro de nuestro terruño, no hay duda que es esa y no otra la calificación de la atención que recibe. Exceptuando a los sectores privilegiados que pueden costearse para sí y su parentela un seguro privado o pagar las consultas, los medicamentos y de ser necesaria la hospitalización con o sin intervención quirúrgica, el resto de personas y familias –principalmente aquellas pertenecientes a las mayorías populares– se las ven a palitos cuando padecen alguna enfermedad o enfrentan emergencias que les afectan su condición física o mental. En el peor escenario, de plano, no les queda más que dejarse morir. Esa es la realidad en tan importante tema y no aquella de la cual presumen algunas figuras de la farándula gubernamental.
Al respecto, para valorar someramente las jerarquías actuales de esta última, veamos algunas asignaciones incluidas en el Presupuesto General de la Nación aprobado por la Asamblea Legislativa para este año y comparemos. La determinación sobre la destinada para la cartera correspondiente al ámbito de la salud pública, fue reducirla por más de 90 millones de dólares; en cambio, al ramo de la Defensa Nacional le incrementaron arriba de los 53 y a la Presidencia de la República se la elevaron inicialmente en alrededor de veintiocho millones, pero le acaban de autorizar casi dieciocho más. Finalmente, el alza que le recetaron al lnstituto de Bienestar Animal por una nada llega a los nueve.
Así las cosas, podría suponerse que en la agenda oficialista la salud de quienes recurren al sistema público existente para su atención importa menos que el armamento militar para combatir un enemigo que –luego de que Nayib Bukele asegurara el 1 de junio del 2022 que estaba "cerca de ganar" la batalla contra las maras– hoy "resucita" de la nada una de estas bautizada como "La raza"; asimismo, 1500 soldados y cinco centenares de policías cercaron recientemente un rincón del departamento de San Salvador para dizque combatir otro supuesto intento pandilleril por volver a las andadas. También es menos valiosa que la publicidad generada por una Casa Presidencial usurpada, promocionando lo anterior y otros contenidos que giran alrededor de quien la usurpa; igualmente, la atención sanitaria de los animales pareciera más apreciada que la de nuestra población necesitada de alivio.
Pero el problema de la salud salvadoreña va más allá. Tiene que ver además con la de su sistema de justicia, que incluye no solamente al órgano judicial encabezado por la Sala de lo Constitucional de una Corte nada "Suprema" sino también a la Fiscalía General de la República y el resto del Ministerio Público; es decir, las dos procuradurías existentes solo en la forma pues en el fondo no pasan de ser un par de entidades genuflexas: la General y la de Derechos Humanos. De la corporación policial y la milicia, que de hecho anda metida donde constitucionalmente no le corresponde, ni hablar; a las pruebas me remito, en el marco del régimen de excepción.
Y un país en el cual se encuentra vigente dicho régimen ininterrumpido y vuelto normalidad durante casi 40 meses, en cuyo marco ‒según la directora del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas– el 2.6 % del total de su población adulta se encuentra privada de libertad, en el que un buen número de esas personas no ha cometido delito alguno y en el que muchas de estas han muerto, no es un país vigoroso. No está sano, pues.
Pero además, para bien, contemplamos el deterioro de la salud política de quienes se han sentido omnipotentes e intocables. El escenario está cambiando no porque se les haya aparecido la Virgen y estén convirtiéndose a la decencia, la bondad o la generosidad; es porque ha comenzado a temblarles el piso que creían granítico y estable, tal como le está pasando al "padrino" del norte continental.
Mientras tanto, además, El Salvador continúa padeciendo una enfermedad terminal tradicional agravada. Los acuerdos que frenaron la guerra, en el mejor de los casos terminaron siendo cuidados paliativos y no la cura del mal histórico prevaleciente más jodido: la impunidad. Sus firmantes se envolvieron con el trapo chuco de una amnistía mutua y ese padecimiento no se superó; más bien alcanzó hasta la actualidad y empeoró. Ahora, desde hace más de seis años, con total arbitrariedad las cosas no siguen igual sino que están peor. ¡Basta ya, entonces! Curemos de raíz a este nuestro atropellado país.