La Universidad de Harvard fundada en 1636 es la más antigua de los Estados Unidos, y debe su nombre al clérigo puritano John Harvard, quien dejó su herencia material a una pequeña casa de estudios situada en un pequeño pueblo de Massachusetts, quien adoptó el nombre de su inesperado benefactor, y posteriormente se trasladó a la villa de Cambridge, que hoy podría situarse como parte integrante del área metropolitana de Boston.



Por supuesto no comenzó como universidad, sino como un simple y necesario College, que fue solo en 1780 cuando se convirtió en Universidad.

Hoy en día, o quizás deberíamos decir hasta hace algunos pocos días, Harvard University y ser egresado de Harvard University, así fuere por haber asistido a unos pocos seminarios extracurriculares, era suficiente para encabezar cualquier curriculum vitae profesional, y asegurarse una discreta reverencia



Y no era para menos, siglos de exigencia académica, comportamiento y resultados enmarcados en un conservadurismo conceptual (no era para menos dado su origen calvinista) se veía acompañado de sus altas exigencias monetarias para costear la matricula anual, aparte del primer filtro de ingreso que, según se asevera, no logró sortear el actual presidente de los Estados Unidos; dicho éste que atribuyo más a una leyenda urbana, que a la verdad.

La realidad es que Harvard University es una institución académica altamente conservadora, o lo fue, de donde egresan profesionales listos a integrarse a la cadena productiva nacional en los diversos campos del conocimiento humano, a través de sus doce facultades que van desde la de Derecho y Ciencias médicas, hasta la de Teología y Ciencias aplicadas.

De igual forma integra un grupo de universidades privadas del noreste de los Estado Unidos con igual nivel académico, económico y abolengo histórico, conocido como la “Yvy League” (liga de la hiedra); esto en alusión a la planta trepadora que se adhiere a las paredes de los edificios de los campus universitarios, a la manera de las casas inglesas; y liga (Yvy) porque nació en el hecho competitivo deportivo, entre ellas.

Son ocho situadas en Nueva Inglaterra: Columbia, Cornell, Brown, Dartmouth, Harvard, Pensilvania, Princeton y Yale. Y todas ellas han sido sometidas recientemente a serios cuestionamientos que terminaron con la separación de sus cargos rectorales en cuatro de ellas, entre las cuales se encontraba la de Harvard.

Podríamos preguntarnos que sucedió con esas universidades, que de repente se convirtieron prácticamente en las enemigas de la sociedad norteamericana, de sus valores tradicionales y entramado legal, propio de un país federado, sustentado en apenas siete artículos de su Constitución de 1789.

Podríamos señalar, sin temor a equivocarnos que, en primer lugar fue fruto de la natural evolución de la historia, de las civilizaciones que ha obligado a una mayor interrelaciones de los habitantes de un mismo país y de ellos, con habitantes llegados de diferentes puntos y culturas del orbe; no necesariamente ha sido un choque sino un encuentro cultural beneficioso para todas las partes, coincidente en esas prestigiosas universidades.

No obstante, quizás pudiéremos arbitrariamente, situar un cambio inducido externo e interno también, que se comenzó a gestar de una manera natural a partir de la caída del muro de Berlín en 1989 y la desaparición de la Unión Soviética el 25 de diciembre de 1991, con la renuncia de Mijail Gorbachov. Y detrás de ella, la desaparición del modelo comunista soviético estatista, incapaz de competir con la libertad de mercado occidental y sus sistema de libertades ciudadanas y económicas, que llevó al académico Francis Fukuyama, egresado de la Universidad de Harvard y catedrático de la Universidad John Hopkins de Washington DC, escribir en 1992 su comentado libro “El fin de la historia y del último hombre”.

Algo que no sucedió, simplemente la historia se fragmentó, y comenzaron a emerger en el orbe realidades humanos y estructurales, que iban más allá del enfrentamiento de dos modelos económicos y políticos dominantes hasta ese entonces. En Occidente, situémoslo así, no todos los países miembros de la ONU, o no, las democracias no fueron suficientes para alcanzar la convivencia equilibrada entre sus integrantes, y no solo la economía de mercado y el ejercicio del voto, fue suficiente para alcanzar la paz y desarrollo social compartido.

Tampoco en los antiguos países bajo la orbita soviética estatista, no euroasiáticos, han logrado alcanzar la paz social, a lo menos los situados en el llamado Tercer Mundo. Lo cierto que a partir de esas rupturas históricas comenzaron a emerger propuestas aparentemente igualitarias o nuevos derechos individuales elementales pero vigentes pero no totalmente tolerados, como el feminismo radical, la inclusión social, el movimiento LGTB, el wokismo, la transexualidad y el derecho al aborto bajo la aspiración de una sociedad centralizada, estatista como el Socialismo del Siglo XXI o el Kirchnerismo de Argentina, hoy en franca decadencia pero presente en la violencia.

¿Y dónde entra entonces, la actual crisis de las universidades de élite de los Estados Unidos con lo narrado en las líneas anteriores?. En la sigilosa, paciente y persistente estrategia de penetrar para reformular los objetivos originales fundacionales, cual fue la excelencia académica y profesional, forjadora de líderes sociales y económicos de la nación norteamericana.

Es muy complejo poder enumerar, evidenciar y narrar la raíz y el momento en el cual se produjo ese cambio de perspectiva, que se exteriorizó a raíz de la actual guerra palestino-israelita, iniciada el 7 de octubre de 2023, cuando en el amanecer de esa mañana un comando invadió el territorio de Israel, y asesinó a mas de 1200 jóvenes civiles no combatientes, mujeres violadas y exibídas en medio de vítores y disparos al aire, cual si fueren trofeos de caza; además de secuestrar a 240 judíos de todas las edades y sexo, ancianos y lactantes, muchos de los cuales han sido asesinados y otros permanecen aún bajo secuestro.

Ante la necesaria, esperada y contundente respuesta del gobierno de Israel, atacando los puntos sensibles donde se ocultaban y despachaban los terroristas del Hamas, bajo tierra y en la superficie, estudiantes nacionales y extranjeros de estas universidades de élite, instigados por sus autoridades académicas salieron a la calle portando banderas palestinas, cubriendo sus cabezas o terciándolas sobre sus hombros los Kufiyas, modelo Arafat, para evidenciar su compromiso, sino a un territorio a un ideal político-religioso; quemaron banderas de Israel y los Estados Unidos, expresando consignas antisionístas.

Se supo de inmediato que muchos profesores y, sobre todo en cuatro de estas universidades, sus rectoras justificaban abiertamente la actuación de los estudiantes, bajo diversos y confusos argumentos que sorprendieron al mundo.

La respuesta del gobierno fue inmediata, respaldada por el Congreso que citó a las rectoras promotoras y encubridoras de tales manifestaciones a favor de un movimiento declarado terrorista por el Gobierno, como lo es la organización Hamas de Palestina y, la comisión del delito de odio expresado en el antisemitismo vociferante de los estudiantes nacionales y extranjeros que salieron a la calle a respaldar la masacre del siete de octubre.

El desvarío conceptual llegó a tales límites que Harvard, argumentado por su rectora y bajo el manto de la “inclusión”, determinó separar los días de graduación en razón de la raza y la preferencia sexual. Así, un lunes se graduaban los de raza negra, otro día, los homosexuales y transexuales, otro los latinos (llamados latinx), otro los blancos, y finalmente los árabes.

Es obvio que hay una contradicción entre la inclusión social vociferada y la separación de los graduandos según su especie. Pero allí, en esos hechos, tal como lo hacen los socialista del Psoe y de Podemos en España, está la aspirada disolución de la actual sociedad occidental.

Por supuesto la reacción, fue la esperada. El gobierno suspendió el aporte sustancial monetario que aportaba anualmente a la Institución; dictó la medida expulsión del país a los estudiantes extranjeros participantes en actos de violencia (entre ellos el delito del odio), para finalmente cerrar la posibilidad que extranjeros puedan inscribirse o continuar sus estudios en estas universidades élite. Causando, eso sí, un daños generalizado e irreparable a inocentes, solo por el hecho de ser extranjeros.

Cabe señalar que muchos países del Medio Oriente, como Catar y Arabia Saudita son países que aportan importantes donaciones a estas universidades de élite, no solo por el intercambio estudiantil, sino a manera de donación.

Las medidas tomadas por el gobierno fueron drásticas, determinantes, injustas e inadecuadas muchas de ellas, que si se conjugan con la crisis inmigratoria (indocumentados) penetrada igualmente por bandas criminales internacionales, es obvio que el gobierno ha tenido que reaccionar como lo hizo al inicio; las más de las veces, de una manera desmedida que ha generado una crisis institucional entre los poderes públicos y entre la ciudadanía, no superada aún.

Se ha creado un efecto reflejo donde todos los males sociales han venido a recaer en la inmigración, sin distingo de quienes legítimamente aspiran a regularizar su estatus migratorio (muchos de ellos habiendo obtenido una protección temporal) y quienes han sido inducidos o no, a emigrar a los Estados Unidos.

Esta nación, como cualquier nación o estado del orbe tiene el derecho a defenderse con todos los medios frente a una fuerza invasora que coloca en situación de peligro la paz social y los valores que la sustentan.

Venezuela en su momento tuvo necesidad en los años 80 de intentar regularizar, cuantificar a los llamados indocumentados por razones elementales de seguridad y planificación nacional; casi todos provenientes de Colombia y los países andinos, que llevó al presidente Herrera a proponer un Censo de Indocumentados, que fracasó ante el temor que el censo serviría para su deportación, lo cual no fue la intensión, sino la planificación, y el derecho de conocer quien está en su territorio y qué hace.

Hoy esa tímida y elemental propuesta ha sido sustituida por una virtual ocupación consentida y alentada desde el poder público. Extranjeros que han llegado, que han sido invitados, no para incorporase a nuestra economía, cultura y gentilicio, sino para implantar un modelo político antidemocrático y contrario a los valores occidentales, de la cultura judeocristiana, que pasa por la democracia, el derecho a elegir y ser elegido, el respeto a los derechos humanos y el control social en función del bien público.

Ya no son andinos, colombianos, del cono sur, alemanes, portugueses o españoles, sino militantes bajo las órdenes de Cuba, Irán, Palestina que han sido invitados, en un proyecto ideológico global de dominación. Tendrán que salir en su momento.

Estados Unidos está invadido no por campesinos, médicos venezolanos, músicos, venezolanos, mexicanos, brasileños, salvadoreños, guatemaltecos, chilenos, ecuatorianos, empresarios venezolanos, maestros, ingenieros, oftalmólogos, chefs, ingenieros, abogados, mecánicos, estudiantes, amas de casa, abuelos, periodistas, escritores, actores, que han llegado a aportar y vivir en seguridad jurídica. Pero se encuentra invadido igualmente, por criminales políticos del Medio Oriente, por criminales venezolanos enviados por el Cartel del crimen organizado instalado en Miraflores y Fuerte Tiuna, que han dañado no solo a la nación estadounidense con sus delitos horrendos sino el gentilicio tan particular de la venezolanidad.

Las banderas de Hamas no solo ondearon en Harvard, actualmente también aparecen en Buenos Aires en las manifestaciones del kirchnerismo junto a antiguos montoneros ante la prisión decretada a Cristina Fernández de Kirchner (aliada de Chávez y luego de Maduro) por desviación de fondos públicos a su favor (miles de millones de dólares) también han ondeado en Harvard y ahora en Los Angeles en las manifestaciones de los inmigrantes, donde igualmente encapuchados ondean banderas mexicana, retando a las fuerzas del orden y lanzando bombas molotov. Encapuchados como los que tuvimos en Venezuela en los años sesenta y setenta destruyendo buses, autos, vidrieras de negocios, que ahora aparecen en California, bajo la excusa de reclamar derechos inmigratorios.

Por cierto, este portar banderas mexicanas en actos de violencia destructiva contra la ciudad y las fuerzas del orden público, no tiene nada que ver con los migrantes por necesidad, ellos han rechazo este esquema violento, tienen décadas sus organizaciones reconocidas y funcionales de protección, por lo que es fácil de inferir que los violentos son elementos extranjeros que han invadido el territorio nacional de los Estados Unidos para desestabilizarlo, y deben ser rechazados y tratados como fuerza invasora. El gobierno de México debe actuar para desentenderse de ellos.

En conclusión, la humanidad atraviesa por una crisis existencial civilizatoria. Es normal, es la historia, la evolución del hombre organizado en comunidad, acompañado por la tecnología, los descubrimientos científicos y el conocimiento humanista, donde la religión, la filosofía, el conocimiento de las causas y efectos, tienen presencia e influencia.

Mas no se puede perder el objetivo final: la paz, la convivencia, los derechos y obligaciones sociales e individuales, el disfrute de los bienes de la tierra y el equilibrio de: a cada uno lo suyo. Cada descubrimiento, cada avance, cada clarificación de nuestra ignorancia nos hace crecer como individuos y como unidad cósmica. Por ello el derecho, la obligación de defenderse de fuerzas destructivas, sometedoras de la libertad del hombre, debe ser combatida en cualesquiera de sus manifestaciones. Mientras, respetemos respetemos las normas y costumbres de los países que nos acogen. Y asumamos que la primera obligación de un gobernante, es garantizar la seguridad de sus gobernados.