La obra de un escritor debe apreciarse con cuidado y sin ditirambos. En muchos casos es la labor de toda una vida. Este es el caso de Jorge Mario Pedro Vargas Llosa, quien falleció el 13 de abril en Lima a los 89 años.



Su temprana emergencia, a los 27 años, dentro de la literatura continental (y tal vez mundial) con su novela "La ciudad y los perros" (que se publicó en 1963, y Julio Cortázar ya antes había leído el manuscrito en 1962, cuando se titulaba ‘Los impostores’), mostró que la literatura latinoamericana había entrado en una nueva época, no solo por lo que su novela comportaba sino porque era más o menos contemporánea y coincidente con "La región más transparente", de Carlos Fuentes, con "Rayuela" (y ‘Las armas secretas’), de Julio Cortázar, y con "Cien años de soledad", de Gabriel García Márquez. De hecho, la valoración de ‘La ciudad y los perros’ por parte de Cortázar (en carta al editor Joaquín Díez-Canedo, en 1962) no puede ser más explícita: ‘Un libro exasperado, por así decirlo, pero al mismo tiempo escrito con un dominio total de la lengua y una maestría que solo puede dar un talento natural para la novela’.

Sin embargo, es necesario hacer algunas precisiones.



"Rayuela" fue publicada en junio de 1963, aunque fraguada años atrás. Pero antes, en 1960, otra novela de Cortázar. ’Los premios’ había sido publicada.Incluso en la correspondencia inicial entre Cortázar y Fuentes, este le comenta en 1958 el manuscrito de otra novela (‘El examen’), que solo se publicaría después del fallecimiento de Cortázar en 1984. Y ya antes, Cortázar había publicado tres libros de cuentos: ‘Bestiario’ (1951), ‘Final del juego’ (1956), ‘Las armas secretas’ (1959).

Cortázar había nacido en 1914 y Vargas Llosa en 1936, 18 años después. Esto quiere decir que la idea a veces infundada de señalar a los ‘4 fantásticos’ de la literatura latinoamericana (Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa) como una suerte de grupo homogéneo y bajo la viñeta de ‘el boom latinoamericano’ quizás no hace justicia a lo que ocurría en América Latina con esos autores y con otros autores que se hallaban activos (y no solo en novela, también en cuento, en poesía, en teatro, en ensayo y hasta en el filón testimonial, dado que las luchas políticas no convencionales saltaron a la palestra), y solo atrapa lo que podría ser la parte más rutilante de ese fenómeno cultural que tuvo a la década de 1960 como su despliegue esencial.

Gabriel García Márquez (nacido en 1927), antes de la publicación de ‘Cien años de soledad’, en 1967, solo había publicado tres libros: ‘La hojarasca’ (cuentos, 1955), ‘El coronel no tiene quien le escriba’ (novela corta, 1961), ‘La mala hora’ (cuentos, 1962).

Es decir, el así llamado ‘boom’ en realidad quizás solo remite a la saga editorial de estos autores que en la década de 1960 dejarán una huella indeleble en la literatura latinoamericana y mundial con novelas como ‘Rayuela’ ‘Cien años de soledad’, y ‘Conversación en la catedral’.

Mario Vargas Llosa tuvo una fructífera actividad literaria y al ponderar sus novelas, relatos, ensayos, artículos y piezas de teatro sin duda que puede hablarse de una obra consistente y cuidada con bastante esmero. Basta considerar las novelas ‘La casa verde’ (1966) y ‘Tiempos recios’ (2019) para corroborar que el novelista peruano mantuvo siempre la cuerda tensa, y lo dicho por Cortázar a Díez-Canedo en 1962 parece ser un pronóstico certero.

Sin embargo, un escritor no es solo sus creaciones literarias, y en el caso de Vargas Llosa, esto sin duda que es así. Las distintas posiciones políticas que sostuvo a lo largo de su vida han dejado una estela que no puede ignorarse ni escamotearse.

Descalificar a Vargas Llosa, como a veces se hace, por sus posiciones políticas (sobre todo desde la década de 1980 en adelante) y señalar que eso afea su creación literaria quizás no sea la mejor manera de tasarlo. Y esto no quiere decir que sus posiciones políticas ―que al final de cuentas tienen que ver con su visión de mundo― no impacten sobre su creación literaria. En los temas escogidos. En el tipo de abordaje. En las preguntas existenciales que dimanan de lo creado. Claro que hay vasos comunicantes, pero las posiciones políticas no son la obra literaria.

Martín Heidegger, que se adhirió al nazismo en 1933 y que se mantuvo dentro de Alemania durante toda la segunda guerra mundial sin ser un disidente del régimen, es un caso ejemplar de lo que es una obra (en este caso filosófica) presionada por el pasado político.

• Jaime Barba, REGIÓN Centro de Investigaciones