Mario Vargas Llosa, como muchos escritores e intelectuales de América Latina, reaccionó con simpatía y con adhesión al proceso cubano que se abrió el 1 de enero de 1959.
El significado de lo que ocurrió en Cuba, con la caída de Batista, provocada sobre todo por la acción de un movimiento guerrillero (el Movimiento 26 de Julio), señaló un parteaguas en la vida política latinoamericana.
En la década de 1960 la construcción de un nuevo ordenamiento económico, político y social implicó nuevos alineamientos regionales y globales.
Todo esto generó tensiones y confrontaciones y diez años después algunos desencantos. Vargas Llosa fue de los desencantados.
A esas alturas era un autor "internacional" por novelas como "La ciudad y los perros" (1963), "La casa verde" (1966) y "Conversación en la catedral" (1969).
Pero será a mediados de la década de 1970 que comenzará su giro hacia una visión un tanto opuesta a lo que fue antes su postura política, y ya un poco más adelante desde la década de 1980 es que se asumirá un liberal.
Sin embargo, en Vargas Llosa, por lo menos en el plano político, pareciera que los puntos intermedios lo desesperaban y por eso se corría a los extremos.
¿Esta modificación de posición política es condenable? En absoluto. Cada quien hace lo que puede con el arsenal de sus convicciones.
Lo de Vargas Llosa no es un caso único. Ha habido otras mutaciones (políticas o religiosas): G. K. Chesterton, de liberal trocó a católico ferviente; Giovanni Papini, que pasó de los postulados futuristas a convertirse en un fervoroso católico.
En la dilatada producción de artículos de prensa de Mario Vargas Llosa (que va desde inicios de la década de 1960 hasta el año 2023) puede apreciarse con bastante precisión este cambio de posiciones que experimentó.
Sin embargo, sería lamentable sugerir que de blanco pasó a negro. Su matriz conceptual estuvo siempre hasta el último aliento en la literatura y sus posibilidades imaginativas y su capacidad para comprender el mundo y el tiempo que le tocó vivir.
Los traspiés que tuvo tienen mucho que ver con situaciones políticas puntuales en las que pareciera que la puntería crítica le fallaba. O le temblaba el pulso.
Es claro que su conflicto más fuerte lo tuvo con la realidad peruana, de la que era un apasionado, y en los últimos años se deslizó sin necesidad en el apoyo a Keiko Fujimori (hija de Alberto Fujimori, su adversario político décadas atrás, cuando Vargas Llosa fue candidato presidencial) frente Pedro Castillo, el candidato desconocido y emergente surgido de algún lado del magisterio peruano.
Aunque desde su postura política liberal un tanto extrema se aproximó a dos pilares filosóficos como son Karl Popper e Isaiah Berlin, la verdad es que estaba lejos de la profundidad conceptual de estos.
La producción literaria de Vargas Llosa es de una precisión técnica y una coherencia narrativa que, en todas sus novelas, sobre todo, se capta sin dificultad.
Trátese de "La guerra del fin del mundo", "Pantaleón y las visitadoras" o "Tiempos recios".
En "Tiempos recios", su penúltima novela, publicada en 2019, Vargas Llosa se sumerge con gran facilidad por los meandros de lo ocurrido con la conspiración que terminó derrocando al gobierno progresista de Jacobo Árbenz y abortando de este modo aquella primavera política que arrancó en 1944 y que tantas esperanzas hizo florecer en Guatemala.
Condenar a Vargas Llosa a nombre de sus posturas políticas y olvidar que es uno de nuestros autores latinoamericanos que trajo la renovación de la novela en nuestro medio, es una tentativa fallida.
Por la sencilla razón de que ahí está circulando su producción literaria sin dificultad entre miles y miles de lectores.
¿Entonces las posturas políticas no cuentan en un escritor? Por supuesto que cuentan, y hay veces que mucho.
A pesar de los deslices políticos de Vargas Llosa sus novelas pueden caminar solas. No hizo propaganda con sus novelas ni intentó ninguna suerte de pedagogía.
Quien no quiera leerlo por algunas de sus posturas políticas conservadoras (¡aunque se proponía ser ultra liberal!), pues que no lo lea.
Quienes sepan tasar sus temas y su virtuosismo narrativo que sus novelas exudan, pues siempre agradecerán a Vargas Llosa haberlas escrito.
En 2001, Mario Vargas Llosa, en "Diccionario del amante de América Latina" precisa su visión sobre la función de la literatura: "La literatura nos permite vivir en un mundo cuyas leyes transgreden las leyes inflexibles por las que transcurre nuestra vida real, emancipados de la cárcel del espacio y del tiempo en la impunidad para el exceso y dueños de una soberanía que no conoce límites".
He ahí su estafeta.