La abreviatura más recomendada de “también” es “tb”, pero igual puede usarse “tmb”. Hoy  echaré mano de la segunda, pero no para referirme al susodicho adverbio sino para compartir algunas “pensadas” alrededor de tres connotados personajes de la casi siempre decepcionante politiquería en este nuestro continente; las iniciales de sus apellidos coinciden: Donald Trump, Nicolás Maduro y Nayib Bukele.

Digo “pensadas” porque no aspiran a entrar en el “círculo” de las “ideas” de las “nuevas intelectualidades guanacas”. Esas polémicas figuras,  señaladas en el orden referido, tienen en sus manos las riendas de sus respectivos países: Estados Unidos, Venezuela y El Salvador. Cómo lograron tenerlas, eso ya es harina de otro costal. Aclaro de entrada: ninguno me simpatiza. ¿Por qué? Porque “juegan sucio” y, dentro de esa mala práctica, violan derechos humanos.

La notoriedad de este trío no es nada reciente ni responde a su intachabilidad. Todo lo contrario. Viene de muy atrás por diversas razones, ciertamente nada edificantes. Pero en los últimos días, la misma se incrementó por el asunto relacionado con el intercambio de prisioneros entre los Gobiernos estadounidense y venezolano. Los cautivos gringos eran diez y los originarios del territorio bolivariano 252. Los primeros se encontraban encarcelados en Venezuela, pero el segundo grupo ‒el más numeroso‒ no estaba detenido en las penitenciarías correspondientes sino que se encontraba en el salvadoreño Centro de Confinamiento del Terrorismo más conocido como el CECOT, “orgullo” de Bukele; al recibirlos en este reclusorio provenientes de la patria de Abraham Lincoln, en la nuestra se inauguró lo que el segundón de acá llamó “servicio de alojamiento penitenciario”.

Este “novelón” ha ocupado muchos titulares y espacios informativos nacionales e internacionales; también, por razones obvias, ha sido extensa su difusión en las llamadas “redes sociales”. Además de lo esencial de la trama ‒es decir, el referido canje‒ se deben considerar las distintas versiones lanzadas a la opinión pública por algunos de sus principales protagonistas.



El secretario de Estado de Trump, Marco Rubio, destacó “el liderazgo y compromiso” de este con su pueblo; debido a ello, expresó, sus compatriotas “detenidos injustamente en Venezuela ahora están libres y de regreso a nuestro país”. Asimismo, Maduro ‒quien llamó “terroristas convictos y confesos” a los que liberó‒ externó su gratitud a los religiosos que se involucraron en esta negociación y contribuyeron a alcanzar un final feliz: el papa León XIV y el cardenal salvadoreño Gregorio Rosa Chávez; también agradeció a Trump y a José Luis Rodríguez Zapatero, expresidente del Gobierno español.  Por su parte, Diosdado Cabello ‒ministro de Relaciones Interiores, Justicia y Paz del régimen chavista‒ aseguró que los retornados habían estado “en el infierno”.

Bukele, por su parte, se ha pavoneado mostrándose como pieza clave en esta negociación producto de la cual Maduro liberó –además de los estadounidenses– a decenas de sus connacionales que presuntamente había detenido y permanecían en prisión por razones políticas. Pero hay que recordar que en abril del año en curso, el salvadoreño le ofreció a su similar venezolano ‒semejantes ambos en su ejercicio autocrático del poder‒ regresar a sus 252 paisanos que mantenía cautivos en la citada megacárcel, al terruño que los vio nacer; pero, eso sí, si soltaba un número idéntico de presos políticos. Esa oferta no prosperó. ¿Tendrá que ver el éxito que ahora se celebra con lo que declaró Jorge Rodríguez, operador político de Maduro, al asegurar que Bukele no tuvo ninguna intervención en este enredo? 

Pero ahora, la subdirectora del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los Estados Unidos de América (ICE, por sus siglas en inglés), Mellisa B. Harper, sostiene bajo juramento que fue una “decisión soberana” del Gobierno salvadoreño ‒inconstitucional, aunque no lo diga‒ la consumación de este “cambalache humano”. Porque para mí, eso ha sido. Se trata de un “trueque o intercambio de cosas de poco valor”, de un “acuerdo o intercambio entre dos o más partes alcanzado de forma poco transparente”. Así se define cambalache. Y es que para uno, sus presos eran delincuentes “convictos y confesos agentes de la CIA”; para los otros, los suyos también eran delincuentes integrantes del Tren de Aragua responsables de asesinatos, robos, violaciones y otros graves crímenes. Para ambas partes, todos eran “terroristas”. Ninguno se salvaba; eran personas “de poco valor” transadas “de forma poco transparente”. 

Esta trama me remite a lo que escribió Martí y cantó Pablito: “A un banquete se sientan los tiranos. Pero cuando la mano ensangrentada hunden en el manjar del mártir muerto, surge una luz que les aterra; flores grandes como una cruz súbito surgen y huyen, rojo el hocico, y pavoridos a sus negras entrañas los tiranos”.