Cuidarse y cuidarnos mutuamente es el primer deber de todo ser humano. Otra de las tareas es ser agradecidos; y, en este sentido, también debemos apoyar a quienes cuidan a los más débiles, a los enfermos y a los longevos. Por desgracia, nos asiste la inmoral costumbre de pasar de nuestros mayores, de todo aquello que los sistemas de producción excluyen, llegando a abandonar hasta nuestras propias raíces. Esto debe hacernos repensar sobre el trabajo de cuidados, tanto el remunerado como aquel que no lo es, ante el envejecimiento de las sociedades y los modelos de familias cambiantes. A mi juicio, estas gentes de corazón grande, que traen consigo salud y esperanza, desempeñan un papel esencial de humanidad, aunque a menudo no reciban ni el reconocimiento ni la remuneración que merecen. ¡Loémosles!
Son esas personas de bien y bondad, que suelen ser una riqueza humana, porque con sus acciones de entrega y cariño lo que donan es vida, a las que se les debiera intensificar sus medidas de apoyo, para garantizar que tengan realmente acceso a un trabajo en condiciones dignas. En efecto, la economía del cuidado crece a medida que aumenta la demanda de servicios de guardería y cuidado de ancianos. Por tanto, generará en los próximos años un gran número de puestos de trabajo. Sin embargo, esta labor social prosigue caracterizándose por la ausencia de prestaciones y protecciones, bajos salarios o falta de compensación, además de estar expuestos a perjuicios físicos, mentales y, en algunos casos, sexuales. No podemos esperar seguir creciendo, sin auxiliarnos unos a otros, con los abecedarios del respeto y el pulso de la clemencia. ¡Considerémoslo!
Sea como fuere, es importante recuperar la dimensión humanitaria y hogareña, además de impulsar la justicia social, con los trabajadores de este sector, en continuas desigualdades y apenas sin tiempo para ellas mismas. Respetar los horarios de trabajo, disfrutar del espacio personal y del tiempo para el descanso y los planes de ocio, lo considero fundamental para responder a los cuidados del cuidador y poder favorecer tanto su bienestar como su propia salud. Todas las personas tienen un valor en sí y reflejan, cada una a su manera, un rayo de esa sabiduría innata, que hemos de descubrir desde la escucha contemplativa de nuestro propio interior. Esta es nuestra misión; porque, en el fondo todos somos guardianes, depositarios de la esperanza y custodios existenciales. De ahí, la necesidad de reconstruirnos en un “nosotros”, con un proyecto que nos hermane y un hogar común. ¡Hagámoslo!
Tan importante como aprender a reprenderse, es aprender a cuidarse para cuidar a los demás. Justo, en este momento, cuando el estrés, la ansiedad y la depresión, nos tritura el propio corazón y la mente; hace falta modificar el ambiente laboral y garantizar condiciones de trabajo adecuadas, otorgando remuneraciones dignas y condiciones contractuales estables, creando áreas donde las gentes puedan conversar, desahogarse y cumplir experiencias de autocuidado. En efecto, uno tiene que comenzar a quererse para poder querer. Así pues, es esencial que nuestras moradas sean rincones inclusivos y acogedores para la supervivencia y, en general, para la fragilidad en todas sus expresiones. La soledad puede ser una enfermedad, pero con la cercanía de las pulsaciones y el abrazo sincero ofrecido, podemos curarla. ¡Practiquémoslo!
Desde luego, no hay mejor loa que cuidar a los cuidadores socialmente, que considerarlos parte nuestra en un hacer por hacer, sin esperar nada a cambio, sabiendo que esta práctica nos fraterniza, reconduciéndonos a concebir para los demás lo que quisiéramos que nuestros análogos obraran por nosotros.