Los discursos no son la realidad.
No deja de ser curioso el desfile reciente de presidentes ante la ONU esbozando cómo es que ven las cosas. Y hay de todo, desde... hasta.
En uno de esos discursos el tono enérgico de Gabriel Boric quizá llama la atención por su posicionamiento internacional: se niega a elegir entre barbaries, ha dicho. Esto es, ni la brutalidad que desencadenó el año pasado Hamas contra Israel ni la despiadada carnicería humana en la que se han embarcado los militares israelíes (en Gaza, en Líbano...) constituyen caminos sensatos. El discurso de Boric es un esfuerzo por tratar de poner los pies sobre la tierra. De acercar el discurso a la realidad. Pero la realidad es más densa.
El de Javier Milei fue una diatriba solipsista que quiere convencer acerca de las bondades de la política económica de shock que tiene a Argentina al borde de un estallido social.
Milei, en política y en economía es un ortodoxo y un inflexible intratable. Aún no ha captado que las líneas de acción de su gobierno (que no cumple un año aún) han drenado su base electoral y también ha bloqueado la posibilidad de configurar amplias alianzas, y esos dos aspectos son esenciales para gobernar con cierto equilibrio. Claro, al observar el performance de Milei, cada vez más desaliñado e inefectivo, es posible apreciar qué lejos está ese discurso de la realidad que se vive. Porque hay que decirlo, Milei se ha lanzado a una cruzada anti estatal haciendo abstracción de las condiciones sociales reales de millones de argentinos.
A ese esfuerzo por pulverizar el aparato estatal (y con ello la liquidación de las pocas salvaguardas sociales) no le importa el estado en el que se encuentra la mayoría de jubilados (que no es solo un asunto de la pensión que reciben, ¡los que la reciben!). Milei, y su discurso directo y sin anestesia, lo deja claro: seguirá su ruta liquidacionista sin escuchar a nadie, aunque para ello tenga que trucar los datos.
Porque Milei es un idólatra del mercado y un ofuscado anti socialista (¿se habrá dado cuenta de que el fantasma que invoca ya no es una realidad material?). Porque cuando lanza sus anatemas 'anti’ señala para donde no es. Alguien debería hablarle al oído para señalarle eso.
¿O acaso Rusia o incluso la Federación Rusa son países 'socialistas’? Por supuesto que no. ¿Y China? Tampoco. Ya son otra cosa. En primer lugar, se trata de potencias mundiales. Después serán lo que quieran.
El derrumbe del socialismo de Estado a partir de 1989 sacó de escena ese imaginario y puso en vitrina versiones de capitalismo salvaje donde antes hubo otra cosa. Las dos grandes potencias, Rusia y China ya son, en los hechos, un entuerto diferente a lo que pergeñaron sus antiguos timoneles (Lenin y Mao).
Rusia, en boca de Putin, ya no tiene discurso de aquello que eclosionó en 1917, porque ahora es una mohosa maquinaria de guerra, atiborrada de petróleo y cargando una sociedad llena de contradicciones. ¿Le interesa la paz mundial a alguien como Putin que con reiterada obstinación se la pasa lanzando amenazas nucleares?
Por eso es que los discursos no son la realidad. Si los oradores llegaran al podio de la ONU sin poses de nada y se pusieran a hablar de las cosas concretas que están haciendo del mundo un espacio invivible, tal vez podrían buscarse algunas salidas sensatas a los graves problemas que troquelan la vida humana y la de las demás especies.
La locura guerrerista de los halcones israelíes pareciera estar fuera de control. El Consejo de Seguridad es una trampa: Rusia y China vetan lo que los otros (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia) proponen. Y estos, a su vez, hacen lo propio con lo que apuntalan rusos y chinos.
Los discursos de los presidentes cuando claman por la cordura en los asuntos internacionales apenas son escuchados por sus pares que se encuentran bailando otra música. Desafinada, a veces.
Hay tantas cosas que van mal y todo indica que los discursos se los lleva el viento.
Gustavo Petro, el presidente de Colombia, en un alegato apocalíptico, llegó a decir que la humanidad se está destruyendo. Dicho de sopetón esa aseveración tiende a rechazarse, pero si se contabilizan los hechos fundamentales desde el inicio de la primera guerra mundial hasta nuestros días, habría que decir que aún falta para finiquitar esa tarea de destrucción humana. Sin embargo, ¡cuánto se ha caminado en esa dirección!
Propugnar por un mundo con menor riesgo y con mayor bienestar pasa, de forma inexorable, por el mayor desescalamiento militar posible en todas las regiones del mundo. Lo demás, son cuentos de camino real...
•Jaime Barba- REGIÓN. Centro de Investigaciones