Lenin nació el 22 de abril de 1870. Alberto Masferrer el 24 de julio de 1868. Puede decirse que son contemporáneos. Lenin, desde luego, no supo nada de Masferrer. En cambio, Masferrer sí estuvo enterado de la saga del ruso. No fue ni por cerca su adherente, pero debió haber leído algo de sus escritos que ya circulaban en América desde 1917 en adelante. De hecho, Masferrer publicó en 1929 un artículo titulado ‘¿Qué es el bolchevismo?’
La vida del centroamericano fue andariega. Estados Unidos. Costa Rica. Chile. Bélgica. Lenin viajó fuera de Rusia, pero no cruzó el charco (el Atlántico). Y antes de febrero de 1917 había fijado residencia desde hacía varios años en Suiza, antes de su destierro forzado en Siberia.
Masferrer fue más un libre pensador que hizo mezclas de varias fuentes, donde la teosofía y cierto anarquismo no le fueron ajenos. Lenin fue doctrinario y uno de los principales divulgadores de la obra teórica de Karl Marx.
Lenin ahora es un personaje de leyenda. El tramo de 1917 a 1989 supuso un largo lapso en el que su legado fue difundido en Rusia y quizás en todo el mundo. En ese sentido, es uno de los pocos teóricos políticos de expansión planetaria. Claro, la lectura que muchas veces se ha hecho de sus escritos ha sido con orejeras y sin filón crítico. A Lenin hay que leerlo como se lee a Maquiavelo o a Kissinger o a Hayek. Con cautela. Sus formulaciones se momificaron (¡su cuerpo aún continúa embalsamado!) porque se quiso endiosar a un militante político pasando por alto que las sociedades mutan, y lo que ayer fue posible, más adelante ya no.
Masferrer es un perfecto desconocido en estos momentos. En el mundo, en Centroamérica e incluso en El Salvador, donde ahora apenas si se le lee. Aunque en un tiempo (década de 1960) se le quiso sacar provecho a sus planteamientos, pero... para propósitos deleznables, proponiéndolo como una suerte de mampara contra las ideas de cambio. Él, que esbozó ideas claras (El mínimum vital) para mejorar las condiciones de vida de su pueblo.
Rusia (o las Rusias, como gustan decir ciertos historiadores) es un inmenso territorio y El Salvador es un minúsculo pedazo de tierra que solo por convención puede llamarse país.
El esfuerzo comprensivo de lo que era Rusia y lo que podía hacerse en materia política para cambiar las cosas es, sin duda, el fatigoso empeño que está registrado en los escritos de Lenin. Sugerir que Lenin era un 'genio’ (y con ello justificar los ridículos esfuerzos por estudiar su cerebro) fue una tomadura de pelo de Stalin, quien a las malas lo relevó en el cargo después de 1924.
Masferrer no fue un teórico sino un hombre letrado, sensible y preocupado por el pellejo de sus hermanos salvadoreños.
Lenin y Masferrer, contemporáneos, eran muy diferentes. Y, sin embargo, sus biografías son bastante similares en un aspecto: eran personas aburridas, ensimismadas.
De Lenin se sabe más por sus biógrafos y por algunos testimonios. Acaso algunas cartas (a Gorki o a su madre) dejan entrever alguna fina capa personal. En Mi recuerdo de Lenin, de Nadezhda Krúpskaya, su esposa, se aprecia la vida aburrida de Lenin, y de Krúpskaya.
De Masferrer se sabe menos, pero en sus temas, en sus formulaciones, se detecta a un hombre aburrido. Y aún más: atormentado.
Sin embargo, Lenin y Masferrer tuvieron sus 'momentos’ que los cimbraron, que los sacaron de su rutina y de cierta modorra. Muy diferentes, desde luego.
El de Lenin puede situarse en un día de febrero de 1917 que se desayunó en su casa en Suiza con la noticia de la caída del zar de Rusia. ¿Cómo es que no me he dado cuenta que esto venía?, debe haber sido la pregunta radical que se hizo. Y entonces, de forma intempestiva, decidió regresar a Rusia para tomarle el pulso a la situación y empujar a los suyos (los bolcheviques) a la acción inmediata para incidir en aquello que se le escapaba de las manos. Se trataba de la revolución de febrero de 1917, en la que los bolcheviques no tuvieron nada que ver.
Quizás enfebrecido, quizás alucinado, Lenin se montó en un tren blindado junto a sus colaboradores rumbo a Finlandia, y de allí ingresaría a Rusia. El paso por Alemania ―lo más espectacular de ese viaje, porque Rusia y Alemania estaban enfrentados en la primera guerra mundial―, lo negoció Lenin, y de seguro ofreció contribuir a sacar a Rusia de esa guerra.
• Jaime Barba, REGIÓN Centro de Investigaciones