Hace 43 años éramos adolescentes que teníamos el futuro en nuestras manos. El mundo iba a ser conquistado por nuestros sueños y anhelos. Nos despedimos con un nudo en la garganta y sin decirnos adiós y con el alma atesorando lindas vivencias que con el pasar del tiempo se convirtieron en gratos momentos que nos iluminan el alma cuando las recordamos.
Éramos una camada de alrededor de 60 adolescentes que en 1981 culminamos el noveno grado del turno de la tarde en la entonces Escuela Urbana Mixta Unificada Alberto Masferrer de Olocuilta, donde cultivamos amistades perdurables y cosechamos un baúl de recuerdos que entrañablemente añoramos y que forman nuestra exquisita colección de lo pasado.
Los variopintos caminos de la vida nos llevaron por senderos diferentes, cada uno con sus bemoles variados, sin perder la esencia de buenos valores que nos infundieron nuestros amados padres y nuestros maestros de primaria. La providencia nos dio a algunos un título universitario, a otros la vena de emprendedores, pero a todos nos dio una familia primaria a la cual amar y una familia ampliada en la cual estamos todos aquellos excompañeros que compartimos aulas, el bullicio de los recreos, el silencio en los exámenes, la solidaridad con nuestros semejantes por una mala nota y la tensión por una tarea no terminada.
Las redes sociales, benditas si se saben utilizar, permitió a la mayoría de aquellos excompañeros tener nuestro primero de muchos reencuentros. Creamos un grupo y en menos de un mes nos juntamos la mayoría y nos dimos cuenta que cinco ya partieron al cielo, unos diez viven fuera del país, alrededor de quince dejamos nuestro Olocuilta para residir en otras ciudades del país y unos 30 echaron raíces en nuestro querido pueblo.
El domingo pasado uno a uno comenzamos a llegar al sitio del reencuentro, una linda residencia de una excompañera en el barrio El Calvario. Ahí la llegada de cada uno era motivo de abrazos y fanfarria jubilosa. El corazón se aceleraba y florecían instantáneamente un cumulo de recuerdos que de inmediato nos trasladaban a los años maravillosos, cuando éramos los amos del universo y vivíamos sin preocupaciones ni responsabilidades. Asistir a la escuela y cumplir con las tareas era acaso la mayor inquietud que perturbaba nuestra dicha de ser adolescentes coquetos amantes de la sana “jodarria” y de la libertad de cara al sol y bajo la luna.
Al final estuvimos 27 excompañeros con la firme promesa de reencontrarnos otra vez antes de finalizar este año y de procurar estar la mayoría de aquellos casi 60. Ese reencuentro estuvo cargado de risas (risotadas), atisbos de llantos, remembranzas gratificantes y de un interminable anecdotario. Desde recordar los amores platónicos, las personalidades de nuestros maestros, las travesuras algunas no tan inocentes (como desinflarle las llantas al vehículo de un profesor, destruir el material del laboratorio, arruinar el televisor de las teleclases, robarle un beso a una compañera, salirnos de la escuela para irnos de vagancia, fumar a escondidas, deshacernos de la comida del profesor, pasar a hurtar frutas, actuar casi siempre en complicidad cuando se trataba de una maldad, etc. ), el éxtasis de los exámenes, los juegos intramuros, los castigos merecidos e inmerecidos, los liderazgos incipientes y todo lo que hicimos en nuestros recorridos desde kínder hasta noveno grado.
Hubo una coincidencia al sentirnos todo los presentes triunfadores de la vida, por tener el privilegio de contar con nuestras respectivas familias y la dicha de reencontrarnos. Todos, si volviéramos a ser niños y adolescentes, no escogeríamos como compañeros y volveríamos a estudiar en la Alberto Masferrer, con los mismos maestros y las mismas vivencias. Todos nos sentimos con el corazón henchido y orgullosos de ser masferrianos por siempre.
En el reencuentro hubo un vasto anecdotario, desde el que ante el asombro de alguno aceptó como suya la autoría de alguna travesura, como el que aceptó haber estado enamorado de una compañera o quien destapó alguna vivencia que por una vida entera mantuvo en secreto. Fue una especie de catarsis sin reproches ni reclamos porque más que excompañeros somos amigos de una misma generación que en los 70 y 80 fuimos los conquistadores inocentes de un mundo plagado de aventuras.
En el reencuentro no hubo tristeza, aunque si cientos de motivos para llorar de alegría. Recordamos con cariño y respeto a los excompañeros que ya partieron (Angela, Cecilia, Sonia, Fidel y Óscar) y de ellos hablamos de sus gratos momentos junto a nosotros, Por ellos elevamos una oración al cielo.
Hubo quien compartió el éxtasis de ser abuelo. Y es que apenas un día antes su hijo se había convertido en padre de una nena. Todos sin serlo nos sentimos padrinos y madrinas de esa bebé que como garantía de vida tiene el amor de su abuelo. Otro más contó que tiene una docena de nietos. Acaso uno o dos que aún no tienen el honor de ser abuelos. Los demás, pues ya tenemos la dicha de estar en esa faceta de la vida que nos vuelve más humanos.
En el reencuentro no hubo distinciones de ningún tipo. Profesiones, status económicos y condiciones materiales de vida, quedaron a un lado. Siempre debe ser así porque como personas somos un cumulo de sentimientos, pensamientos y conocimientos válidos en contextos determinados. Como muestra de igualdad volvieron los sobrenombres, esos tan ocurrentes que en algunos casos se heredaron a nuestros descendientes.
En el reencuentro hubo sinceridad, al fin que 43 vueltas al sol son suficiente recorrido para olvidar agravios. Desde la excompañera que “verguió” a un par de excompañeros, hasta el que buscaba la manera de verle sus partes íntimas a las excompañeras. Hubo tiempo para recordar a los copiones, a los que priorizaban los recreos, a los bromistas, a los mejores y peores profesores, a los que su mundo era el deporte, a los que fomentaban el desorden, a los más tímidos, a los “bochincheros”, a los que tenían mejor rendimiento académico, a los más castigados, los bailes escolares y un sinfín de situaciones que nos trasladaron en el tiempo y nos llevaron a una época maravillosa que jamás volveremos vivir, pero que recordamos con ternura y con aliento de buenas vivencias
Sirva la presente para estimular a generaciones escolares para que busquen sus respectivos rencuentros, así como para mandar parabienes y saludos a mis excompañeros y profesores de la Escuela Alberto Masferrer de Olocuilta. En aquel reencuentro estuvimos: Betty Crespín, Blanca Ayala, Bruna Girón, Cruz María De la Cruz, Doris Escobar, Guadalupe Paniagua, Irma De la Cruz, Marta Gladys Meléndez, Roxana Serrano, Ana Silvia Hernández, Teresa Méndez, Xenia Escobar, Antonio Ramíez, Arnulfo Interiano, Atonalt Montes, Carlos Pichinte, David Gallegos, Elías Guzmán, Ernesto Castellanos, Gerardo Zacarías, Joaquín Salvador, Mario Sánchez, Pablo García, Samael Meléndez, Tulio Chávez, Vidal Cortez y Yo.
En el próximo reencuentro estaremos muchos más para homenajear nuestras vidas y rendirle tributo a Dios porque nos permitió vivir sanamente la plenitud de nuestros años maravillosos.