A lo largo de las últimas décadas, el discurso neoliberal ha marcado el rumbo de la política económica en Centroamérica, promoviendo ideas como “el mejor Estado es el menor Estado” o “la mejor política industrial es la que no existe”. Estas afirmaciones, en su momento, prometían un futuro de crecimiento y prosperidad. Sin embargo, tras más de tres décadas de implementación de este modelo, los resultados han sido desalentadores. Hoy, un número creciente de voces se levanta para señalar que, sin la construcción de Estados desarrollistas, es prácticamente imposible establecer círculos virtuosos de desarrollo y crecimiento económico que se traduzcan en un aumento sostenido del bienestar de la población.
Los Estados desarrollistas se caracterizan por una visión clara y un compromiso genuino con el desarrollo humano. La planificación es uno de sus pilares fundamentales. No solo diseñan políticas a corto plazo, sino que también establecen estrategias a largo plazo que permiten construir visiones de futuro. En el centro de estos Estados se encuentra la atención a las necesidades humanas. En lugar de priorizar objetivos meramente económicos, como el crecimiento del PIB, sitúan la salud, la educación, la vivienda digna y la seguridad ciudadana en el corazón de su agenda. Así, demuestran que el desarrollo no se mide únicamente en cifras, sino en la calidad de vida de sus ciudadanos.
Para edificar una economía competitiva, estos Estados reconocen que es imprescindible cerrar las brechas de infraestructura en sectores clave como energía, agua, transporte y tecnología. La falta de inversión en estos ámbitos no solo limita el crecimiento económico, sino que también afecta la calidad de vida de la población. Por ello, promover el ahorro y la inversión, idealmente por encima del 25% del PIB, se convierte en una prioridad.
La adaptabilidad es otra característica distintiva de los Estados desarrollistas. En lugar de aferrarse a dogmas económicos rígidos, estos gobiernos adoptan políticas pragmáticas que responden a las realidades del momento. La capacidad de reinventarse y modificar sus estrategias según las necesidades cambiantes de la sociedad es esencial. Como dijo Deng Xiaoping, “no importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato”.
La calidad de los servidores públicos también juega un papel crucial en el éxito de estos Estados. Las administraciones profesionales y tecnificadas pueden adaptarse a los cambios en el entorno, gracias a la meritocracia que guía el reclutamiento y la promoción del personal. Esto asegura que los líderes y funcionarios estén capacitados y comprometidos con la misión de desarrollo. Además, los Estados desarrollistas vinculan la generación de empleo y el crecimiento económico a apuestas productivas concretas que evolucionan a medida que la sociedad se vuelve más compleja.
La creación de un entorno colaborativo es igualmente esencial. Estos Estados promueven relaciones constructivas entre trabajadores, empresarios, el Estado y la sociedad civil, facilitando pactos nacionales en torno a temas cruciales como el empleo, la productividad y la sostenibilidad. Esta cooperación no solo genera un sentido de corresponsabilidad, sino que también fortalece el tejido social.
La financiación del desarrollo se aborda como un desafío interno. Estos Estados comprenden que el subdesarrollo tiene costos más altos que el precio de invertir en el desarrollo. Por ello, promueven marcos de políticas fiscales que alientan el ahorro para financiar la inversión con recursos propios, creando un entorno propicio para el crecimiento económico.
El desarrollo de una ciudadanía informada y ética es otro aspecto clave en la estrategia de los Estados desarrollistas. A través de políticas culturales inclusivas, se busca fortalecer la identidad y la cohesión social, creando un sentido de pertenencia y participación entre la población. La innovación en políticas sociales también se presenta como una característica distintiva. Estos Estados entienden que la salud, la educación y la vivienda son elementos fundamentales para transformar las capacidades innatas de las personas en oportunidades reales de vida. Al integrar intervenciones en estas áreas desde una perspectiva preventiva, logran abordar las raíces de la pobreza y garantizar un acceso equitativo a bienes y servicios.
Es importante destacar que muchos de estos Estados han reconocido el papel central de la mujer en el desarrollo. Al incorporar a las mujeres como socias y protagonistas, se han logrado avances significativos en términos de representación en cargos de liderazgo y reducción de brechas salariales. Esto no solo beneficia a las mujeres, sino que enriquece el proceso de desarrollo en su conjunto.
A pesar de la importancia de estos elementos, su consideración sigue siendo insuficiente en los análisis sobre el desarrollo de los países centroamericanos. Esta omisión dificulta la comprensión de por qué, a pesar de compartir una historia común y aplicar modelos económicos similares, los resultados en desarrollo son tan dispares entre Costa Rica y el resto de países de la región. Incorporar estos aspectos en los debates permitiría identificar obstáculos significativos que aún limitan el bienestar de la población y formular propuestas efectivas para superarlos.
William Pleites, director del Programa FLACSO El Salvador