Lo que ahora ocurre en Venezuela no es nuevo en América Latina. Las décadas de 1960, de 1970 y de 1980 fueron pródigas en irregularidades. Y estas irregularidades desembocaron en graves crisis políticas y en algunos casos en mutaciones de actores políticos.
En El Salvador, en 1972 y en 1977 tuvieron lugar dos procesos electorales que signaron la vida política del país y que estudiados con cuidado contribuyen a explicar por qué se desembocó en la guerra. Lo que se observa en este momento en Venezuela, en vivo y a todo color, es que el proceso electoral estuvo (y está aún), en sus diferentes fases, salpicado de irregularidades.
Porque el día que se realiza la votación y el proceso electoral no son lo mismo. El día que se vota es la fase, valga la redundancia, de la votación, y forma parte del proceso electoral, y este, constituye todo el dispositivo general que permite que se elijan las autoridades de un país.
Entre la fase de convocatoria que realizan las autoridades electorales y la fase de anunciar los resultados, existen otras fases: la de la inscripción en los registros correspondientes, la fase de las impugnaciones a las candidaturas establecidas por la ley, la fase de la campaña electoral y la fase del día de la votación.
Pues bien, el proceso electoral venezolano ha experimentado irregularidades en todas las fases, y como es lógico pensar, la responsabilidad de estas irregularidades recae en las autoridades electorales y, en el caso venezolano, en el aparato estatal que desde hace 25 años es controlado por la misma fuerza política. En ese cuarto de siglo esa fuerza política que puede denominarse como el chavismo ha ganado 27 de las 29 elecciones habidas. Hasta febrero de 2024 no había perdido una elección presidencial.
El 28 de julio de 2024, sin embargo, la que se conoce como la oposición plantó cara al chavismo. Según la información filtrada por la oposición, obtuvo una victoria contundente de 67% frente a 30% del chavismo. Pero según la autoridad electoral venezolana (en su segundo boletín), el chavismo obtuvo el 52% y la oposición logró el 43%.
En las dos versiones hay algo sintomático: la oposición se agencia un importante segmento del electorado. Y también en las dos versiones es claro que el chavismo ya no es lo que era antes: su caudal electoral está a la baja.
Desde que arrancó el proceso electoral se vio que los dos grandes contendientes, el chavismo y la oposición, se tenían mutua desconfianza. Eso sí, los recursos materiales y el control de los mecanismos estaban en manos del chavismo.
La oposición, desde su percepción y su análisis, previó que en esta ocasión sí obtendría una elevada votación. El chavismo, por su parte, sabía que ganar esa elección sería un hecho extraordinario que quizá no sucedería. En consecuencia, ambos se prepararon para un escenario extremo.
Y eso es lo que se está viviendo.
La proclamación apresurada de Maduro como ganador de la elección presidencial con el 51% (después subió a 52%) indicaba que se había puesto en marcha una operación poselectoral de emergencia que consistía en no reconocer que la oposición había superado al chavismo. Y esa posición comportaba quebrar el proceso electoral en la fase del anuncio de los resultados e improvisar un camino alterno que pasaba por desconocer, de facto, a la autoridad electoral, e inventar otro camino amparado en un recurso contencioso electoral (¿existe allí esa figura?) para que el Tribunal Supremo de Justicia dirima la controversia.
Por supuesto que esta vulneración de la autoridad electoral se dio porque la oposición desconoció de inmediato la victoria de Maduro y alegó que tenía manera de comprobar que los porcentajes eran otros. Y es aquí donde emergen las palabras de la discordia: las actas.
La oposición subió a un sitio web cerca del 80% de las copias de las actas en su poder y la autoridad electoral (el chavismo, se entiende) se aferró al porcentaje anunciado, y no enseñó (hasta el día de hoy) las actas electorales.
El camino judicial alternativo buscado por el chavismo está por descontado que le será favorable y podrá reafirmarse la proclamación de Maduro como ganador de la contienda. Eso sí, ¡sin necesidad de mostrar las actas que lo certifiquen!
El problema es que la oposición se adelantó y mostró lo que tenía, y esa acción reforzó la difusión expansiva del mega escándalo internacional que se ha generado.
Ahora Maduro ha anunciado otra cosa: el 80% de lo mostrado por la oposición es falso. Sin embargo, no dice con precisión cómo se ha llegado a esa conclusión ni desliza evidencia empírica sobre eso. Igual que con las actas que no muestra, no da indicios incontrovertibles de que el 80% de lo subido en la página de la oposición es falso.
Lo curioso de todo esto es que, frente al rumor de la posibilidad de repetir la elección, la oposición ha respondido: ‘¿Por qué repetir la elección si hemos ganado y tenemos las actas?’.
¿Quién miente? Más temprano que tarde se sabrá.