Las próximas elecciones generales de Estados Unidos, en mi modesta opinión, tienen un profundo carácter ideológico. No se aprecia el debate político clásico entre facciones que buscan el poder temporal, sino un enfrentamiento entre corrientes que pretenden cambiar el contenido, más que la forma. Percibo que una facción procura reafirmar las características históricas del país, con fallas, pero perfectibles, y otra, impulsar cambios estructurales en virtud de propuestas de ingenieros sociales que siempre han procurado reinventar al hombre transformándolos en marioneta de una emergente nueva clase.
Hay que considerar permanentemente que los Benito Mussolini y Karl Marx, dos alas de un mismo pájaro, siempre han deseado someter al prójimo, recurriendo a propuestas de paraísos terrenales que son verdaderos infiernos. El Archipiélago Gulag y Auschwitz.
Me encuentro entre el electorado que tiene definido en contra de quien va a votar más que por quien lo va a hacer. Afirman que un número de españoles respaldo a Francisco Franco no por profesar simpatías hacia su persona o compartir sus propuestas, sino, porque temían que la República, por la alta presencia de filosoviéticos, condujera a España a ser un nuevo feudo de Moscú, sin pasar por alto que Adolfo Hitler llego al poder por el voto de una población con un alto nivel de frustración y pobreza.
Por otra parte, hay quienes dicen que, en Cuba, muchos apoyaron a Fidel Castro por su propuesta de restaurar la constitución de 1940, cosa que nunca hizo, pero que no pocos lo hicieron por el odio que sentían contra Fulgencio Batista.
El electorado estadounidense está viviendo una campaña electoral sin precedentes. Dos líderes populistas, con discursos fuertes y con partidarios muy apasionados. Donald Trump y Kamala Harris han logrado involucrar en estas elecciones a todo el país, muchos más que como aconteciera en los comicios del 2016 y 2020, según he podido apreciar.
Si hay una actividad de la que es muy difícil permanecer ajeno, hacerlo también se puede considerar una especie de suicidio, es la política, no hay gestión humana en la que no esté presente y en la que su influencia no sea determinante. La política puede no gustarte, llegar a despreciarla, pero es como la muerte, a todos nos afecta.
Decidir por uno u otro candidato, salvo para aquellos que actúan enmarcados en el partido que militan, exige una profunda reflexión y un análisis serio de que puede significar para el país y el mundo favorecer a uno de los dos, aunque no cabe duda de que, sobraran electores que votaran en contra del candidato de su propio partido.
En mi caso, como conozco poco de las plataformas de ambos candidatos, he decidido favorecer a quien este distantes de propuestas que rechazo, aunque en ocasiones mis opiniones luzcan contradictorias.
Voto contra el candidato que se aproxime a la ideología de género, que no esté a favor del principio de ley y justicia y que no defienda que los padres tienen el derecho a decidir sobre el hijo no nato y su futuro, hasta que alcancen la mayoría de edad y que las escuelas no deben ser utilizadas para favorecer orientaciones sexuales. La sexualidad de la persona debe ser siempre respetada.
Estoy opuesto al candidato que legalice el uso de estupefacientes de cualquier tipo, que favorezca la inmigración ilegal, que no apoye la industria nacional y desatienda la defensa y seguridad nacional, así como quien favorezca legislaciones de discriminación positiva.
En contra de quien no entienda que el país está amenazado por la variante del marxismo que privilegia la conflictividad cultural sobre la lucha de clases, y que no faltan sujetos que consideran este país como un enemigo a destruir.
Voto a favor del candidato que apoye a Israel, Ucrania, Taiwán y el fortalecimiento de la OTAN, quien desarrolle una estrategia que elimine el castrochavismo en todas sus formas, que combata el terrorismo internacional que sea capaz de fortalecer nuestra economía y la haga cada vez más independiente.
Hay que tener en cuenta que los malos candidatos influyen negativamente en el electorado, pero la no participación del elector posibilita que sean los peores los que lleguen al gobierno. Es un círculo vicioso en el que todos somos responsables y la manera de resolverlo es participando en la elección, aun antes de que empiece la campaña.