San Vicente y las Granadinas es un país caribeño formado de islas que en total suman 387 kilómetros cuadrados, con una población de 104 mil habitantes, de los cuales 51 mil son hombres. En esta nación son el críquet el rugby los deportes más populares y practicados. En tercer lugar se encuentra el futbol siendo unos 15 mil habitantes los que tienen edad (entre 16 y 35 años) para practicarlo.
En San Vicente y las Granadinas ni siquiera se tiene una liga “profesional” y al momento de conformar una selección se tiene que acudir a jugadores de quinta, sexta o séptima categoría de ligas británicas o a jóvenes de la isla que trabajan o prefieren practicar críquet o rugbi. El domingo pasado uno de los seleccionados del país caribeño no tuvo tiempo para celebrar o descansar porque el lunes tenía que presentarse a trabajar como guardia de seguridad en un hotel. Otro más un día antes había hecho turno en un restaurante.
Con todas las desventajas de la pequeña isla-nación, la noche el domingo pasado, tuvieron suficiente para restregarnos en la cara que nuestra Selecta está en el fondo y nos derrotaron 2-1. Apenas el jueves pasado El Salvador había ganado 3 a 2 a la misma isla, en un partido malísimo donde se ganó siendo menos peor.
Según la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA), a escala mundial El Salvador ocupa el puesto 80 y San Vicente y las Granadinas el lugar 176. Nunca he entendido los criterios de la FIFA que en ocasiones ha colocado a México entre los primeros diez escaños a nivel mundial. Esa ubicación concedida por la FIFA es falsa o demasiada idealista o benevolente, seguramente El Salvador está de 150 hacia arriba, cerca de San Marino, que es última. Hemos tocado fondo desde hace décadas, con una liga mediocre que aporta jugadores sin fundamento para la selección y con dirigentes incapaces y sin visión. Cualquiera viene al país hablando diferente y nos vende espejos por oro.
Nuestros equipos son incapaces de convertirse en clubes; nuestros futbolistas carentes de una base formadora “juegan” a ser profesionales con su ego, nuestros dirigentes buscan figurar y hacer de la actividad dirigencial una forma de prestigio o de escalar en cualquier ámbito, la mayoría de nuestros periodistas deportivos inculcados de comodismo y de falta de formación profesional son repetidores de sinsentidos o expertos desconocedores de las ligas internacionales (alienados que alienan); y los aficionados somos románticos empedernidos que pese a que nuestra Selecta es malísima albergamos un atisbo de esperanza de ganarle aunque sea a los países más malos del Caribe.
Ya compararnos con Guatemala o Nicaragua ya no tiene sentido. Hasta es ofensivo para esas dos naciones. En el ranking de la FIFA están debajo de El Salvador, pero en el plano de la realidad, ambos países son mejores que nosotros, que hemos visto como todos suben, mientras nos estacamos o retrocedemos.
Pareciera que estamos en un barril sin fondo. La FIFA simuló echarnos un “salvavidas” y nombró a una comisión regularizadora que en dos años cobró un dineral, pero que poco o nada hizo para “regular”, pese a que eran expertos juristas. Una nueva comisión ha sido nombrada, pero no se ve la forma de salir del fondo a corto y mediano plazo. A lo mejor no existe esa forma, porque es tan crítica la situación que se requiere de décadas para subsanar el mal y las secuelas.
Hemos perdido toda posibilidad de organizarnos. Los equipos no pasan de ser trabucos con refuerzos foráneos malísimos porque vienen en el ocaso de su carrera, lesionados o porque en sus países han jugado cualquier cosa menos fútbol. Salen de las fronteras y el miedo escénico corroe a nuestros equipos que regresan cabizbajos y derrotados. Las reservas no tienen el debido apoyo ni la necesaria formación, más bien se convierten en estorbos o gastos incómodos. A la niñez, salvo algunos esfuerzos privados, es prohibido apostarle.
Hasta ahora no conozco un equipo salvadoreño que le apueste a la formación integral del -futbolistas (como el Alajuelense de Costa Rica, que motiva con becas a sus jugadores para que sigan una carrera universitaria) muchos de los cuales se suben a las nubes y se creen inalcanzables: estrellas. Cuando nuestros futbolistas son llamados a la Selecta pareciera que no entienden el significado de representar a la patria, pero no es su entera culpa. Así los formaron, con deficiencias y carencia de valores.
Culpar a los jugadores por estar en el fondo es injusto, aunque parte de la culpa sea de ellos. Aquí las responsabilidades son compartidas. Desde quienes deciden traer a técnicos no idóneos incapaces de cambiar sistemas de juego, hasta quienes se meten al mundo dirigencial sin tener visión más allá de sus narices. Todos, absolutamente todos, tenemos algún grado de participación en la debacle de nuestro futbol.
Nuestra realidad es que estamos en el fondo. Con el fango hasta el cuello. A San Vicente y las Granadinas hay que agradecerle por restregarnos en la cara lo obvio, lo que apenas maquillamos con verborrea. Somos malos y ya ni eso nos duele ni nos genera ira. Casi con seguridad subiremos al grupo A de la Concacaf y para muchos ese será el maquillaje barato de burdel, porque un baño y nuestra fealdad futbolística seguirá ahí a la espera de un proceso que realmente nos haga mejorar. Por ahora somos tan malos a nivel de selección como nuestra liga y como nuestra nula visión futbolística de todos, especialmente de los dirigentes. ¿Y ahora quién podrá defendernos?