Como era obvio esperar, el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) de Venezuela ha declarado ganador a Nicolás Maduro. Sin embargo, aunque Maduro ha ganado tiempo en el angustioso cuadro político-social venezolano, lo cierto es que ha perdido la oportunidad de buscar una salida adecuada a la crisis creada por el chavismo, al interrumpir la parte final del proceso electoral reciente.
Pareciera que no hay discusión en cuanto a las razones que llevaron al chavismo a quebrar la institucionalidad electoral: los números no le daban. Entonces, al igual que cualquier otro régimen autoritario, se improvisó una fantasiosa puesta en escena en la que Maduro, como actor principal, desvela la conjura (que les hizo perder la aquiescencia ciudadana en las urnas) y apela al máximo tribunal de justicia para que establezca las certidumbres.
Según el TSJ el chavismo ganó la elección presidencial y tal y como procedió la autoridad electoral no ha mostrado las actas correspondientes que respalden su sentencia.
Y, bueno, se dirá, ¡las instituciones funcionan! Claro que funcionan, y a la perfección, solo que con los dados cargados. Si era cierto que Maduro alcanzó el 52% de los votos, resultaba tan sencillo callar a los opositores: mostrando las actas y llamando a una verificación internacional. Pero no, han hecho este teatrillo de marionetas que en lugar de ratificarlos, los desnuda en su entuerto.
El camino que ahora seguirá Venezuela se parecerá más a lo que está ocurriendo en Nicaragua, donde Daniel Ortega y su pequeño círculo de poder van desmontando con lupa todo posible peligro de insubordinación social. Está desplumando a Fulano y a Mengano porque el vagón en el que se ha montado es estrecho y no va para ningún lado.
Venezuela tiene mucho más recursos naturales y financieros que Nicaragua, sin embargo, sus problemas de reproducción material son inmensos y con este traspié electoral y el parche judicial con el que se pretende arreglar el desaguisado, las cosas se pueden poner color de hormiga.
Al ser declarado ganador Maduro el asunto de que trataba el ‘Memorando de Entendimiento’, de 2023, firmado entre los gobiernos de Venezuela y de Estados Unidos entra al congelador. Esto, podría decirse, ya está contabilizado por Maduro y demás. Desde luego, al perder en las urnas y optar por esta vía alterna judicial, de facto lo pactado en Doha va a pérdidas.
Una apuesta arriesgada y quizá suicida. El negocio del petróleo pasará al ‘mercado negro’, y allí el costo es alto. Pero ahora con el agregado de que hay ya instalado un 'estado de inconformidad’ del que no es fácil predecir cómo podrá discurrir de aquí en adelante.
Si el 'camino de Nicaragua’ es el que tomará Maduro, pues debe saberse que de esa cueva no se sale.
El discurso engolado y zarrapastroso no sirve ni la represión a los desafectos. ¿Cómo podrá detenerse el deterioro inevitable al que se abisma Venezuela?
El proyecto de sociedad que el chavismo dice encarnar ha caminado desde el principio con la pata coja: las libertades públicas siempre asediadas y las políticas económicas erráticas.
Nadar en petróleo (Venezuela es el país con las mayores reservas en el mundo) no es garantía, según se ha podido ver en los últimos 50 años, de que la prosperidad material y el bienestar social se instalarán. Se requiere talento político y pericia gerencial en la administración de los inmensos recursos petroleros, y en los otros asuntos de la economía. Y estas son carencias que el chavismo arrastra como pesado fardo. Sin olvidar que esa infraestructura petrolera requiere un mantenimiento constante y eficiente que los anuales derrames de petróleo ponen al descubierto (86 en 2023, 81 en 2022, o sea, ¡cada 4 días uno!). Y aquí sin contabilizar la generalizada corrupción existente, confesada sin disimulo por quienes aún respaldan a Maduro, dentro y fuera.
Las principales potencias mundiales aspiran a controlar el petróleo venezolano, de eso no hay duda, y sería necio negarlo. De ahí que Estados Unidos y China están en la sala de estar, podría decirse, esperando a ver cómo se desenvuelven los acontecimientos.
El chavismo ha fracasado en modelar una sociedad distinta en Venezuela y la culpa no es de los opositores ni de las potencias mundiales que los han acechado. Han sido víctimas de sus desvaríos, de sus yerros políticos y de su falta de previsión estratégica.
¿Es la oposición venezolana que afirma haber ganado la elección del 28 de julio la solución a los problemas de aquel país? Quizá no, porque sus prefiguraciones políticas y económicas no constituyen nuevos puntos de partida sino que repiten formulaciones que ya se ensayaron antes allí y en otros lados.
Es decir, la población venezolana (cerca de 28 millones) se halla en fuego cruzado.