La necesidad de una gobernabilidad global está ahí, esperando la conjunción de todos, tanto afectivamente como efectivamente, para ser capaces de entendernos y atendernos mutuamente; lo que requiere crear los consensos oportunos y tomar las decisiones políticas precisas, sobre todo en cuanto a las necesidades reales de la gente en materia de salud y educación. Será bueno, por consiguiente, salir de uno mismo. Tenemos que vencer el encerramiento individualista, hacer familia para sentirnos vinculados; y, así, poder vivir para los demás. Hoy más que nunca requerimos de una sensibilidad renovada, que ha de traducirse en ternura y en espíritu generoso, para superar la multitud de signos que nos dejan sin expectativa alguna.
Nuestra gran asignatura pendiente es retomar la ilusión, no suicidarse en camino, atmósfera que no respeta edades, siendo la segunda causa de defunción entre los jóvenes de 15 a 29 años. En efecto, tenemos que aprender a observarnos, a percibir que donde una puerta se cierra, otra se abre. Es cuestión de no desfallecer jamás. Evidentemente, el momento no ayuda. La sociedad mundial oscurece los verdaderos valores y parece tener en tan poca estima la existencia, que a diario multitud de ciudadanos lo intentan o se quitan la vida. Indudablemente, esto es un grave problema de salud pública que se debe abordar de inmediato a nivel global, ahondando en los grupos de riesgo, previniéndolo desde todos los sectores sociales, sin estigmatización y tabús.
La humanidad realmente se encuentra perdida, desorientada y adormecida. Hemos de despertar, nunca será tarde para buscar un orbe más armónico, si en el afán ponemos coraje y convicción. Es cierto que el vacío dejado por las corrientes últimas nos ha enfermado mentalmente, hasta el extremo que lo ocupa una razón desencantada, que no se atreve a mirar a la verdad de frente, que se contenta con soluciones parciales a problemas que son comunes. Desde luego, precisamos de otros cultos más poéticos que poderosos, del cultivo de otra cultura más ética que responda a las expectativas místicas del ser humano. Los centros de enseñanza, como lugares privilegiados de creación de cultura y de forja de voluntades, a mi juicio tienen una importancia vital en esta época, verdaderamente inhumana.
Además, me viene al pensamiento, sobrecargado por los dramas, esas historias cargadas de sueños que nos embellecen hasta hacernos sonreír, porque la relación es bella a poco que nos adentremos en sus níveos latidos, convencidos de que unidos nuestra savia se ilumina. Sólo podemos ser felices compartiendo pulsos, sembrando andares que nos fraternicen, hasta sentirnos parte de esa restitución versátil. Desechemos, por tanto, esas apuestas clandestinas digitales, ese bravo oleaje de estafas en línea servidas por personas vueltas en delincuentes a la fuerza, o esos fraudes cometidos con la ayuda de la inteligencia artificial para perpetrar distintas fechorías, antes de que su absurdo nos martirice el alma y no veamos detrás de cada noche, una aurora sonriente.
Es importante, pues, una sana globalización. Esto sólo puede llevarse a cabo, respetando los valores de las diversas naciones y grupos étnicos, contribuyendo de modo significativo a la unidad de la familia humana, permitiendo formas cooperantes que no sean únicamente financieras, sino también benéficas y pedagógicas. No se trata de homogeneizar estilos de actuación, sino de crecer conjuntamente, sabiendo que en cada despertar hay un nuevo estímulo, para ese quehacer de ir de una esperanza a otra; sin duda, el mejor antídoto para combatir el estigma asociado con el suicidio, haciendo saber a las gentes que están pasando por momentos difíciles que no están solas. El relato viviente se nos ha dado para proceder, en comunión y en comunidad. No lo olvidemos de ningún modo.