En 1994 yo trabajaba como editor en un matutino y un mediodía cuando caminaba frente al desaparecido Liceo Rubén Darío, entre la avenida España y la novena calle poniente de San Salvador, quedé en medio de un enfrentamiento a pedradas entre estudiantes del Instituto Nacional General Francisco Menéndez (INFRAMEN) y alumnos del Instituto Técnico Industrial (ITI). Los transeúntes corrimos despavoridos a protegernos y dos señores y un niño que se dirigían al parque Infantil resultaron con graves lesiones. Casi media hora después aparecieron las patrullas policiales, cuando las ambulancias ya se habían llevado a los lesionados y cuando los agresores ya se habían marchado.
Ese día redacté una crónica en primera persona sobre el incidente y recuerdo que el día siguiente alguien llamó a la redacción para amenazarme porque según esa persona (que dijo ser profesor del INFRAMEN), el hecho solo fue un incidente rutinario. En efecto, en la década de los noventa y la primera década de presente milenio, los enfrentamientos entre estudiantes de estas dos instituciones educativas y otros institutos nacionales (Escuela Nacional de Comercio e Instituto General José Manuel Arce) eran comunes en el centro capitalino y la periferia. Era muy común que se enfrascaran en riñas cuerpo a cuerpo, que se atacaran con los cinturones y hasta con armas (blancas y de fuego). Había daños materiales a la propiedad privada y lesionados entre los estudiantes y las personas que literalmente “iban pasando”. Recuerdo que en periódico siempre teníamos un equipo de redactor y fotoperiodista listo para movilizarse a los sitios de enfrentamiento que eran casi a diario.
A principios de los 90 los jóvenes eran manipulados por los incipientes líderes de las pandillas que buscaban reclutarlos y sembrar odio hacia otros jóvenes con el pretexto de “rivalidades estrictamente estudiantiles”. Las autoridades de entonces actuaron con demasiada alcahuetería y dejaron crecer un odio innecesario. Las riñas estudiantiles al inicio del milenio ya eran claramente una lucha de pandillas. Hay que recalcar que el grueso de los alumnos del INFRAMEN y el ITI no eran partes de las riñas ni de las pandillas. Eran pocos, pero lo suficiente para dañar a la ciudadanía y la imagen de ambas instituciones.
La Policía solía retener a los participantes en las riñas y luego entregárselos a sus padres, pero la mayoría reincidía. Muchos de esos estudiante “bochincheros” se amparaban en su minoría de edad para dedicarse al “desmadre” a plena luz del día y en cualquier circunstancia. Igual se atacaban en un desfile cívico, en una actividad deportiva o donde se encontraran con sus “rivales”. Muchos de ellos se hicieron pandilleros y ya están muertos o en la cárcel.
El caso más dramático ocurrió en marzo de 2010 cuando Carlos Francisco Garay Granados, de 18 años, estudiante del INFRAMEN fue atacado con un cuchillo por un estudiante menor de edad del Instituto Nacional Técnico Industrial (INTI), antes ITI. El joven murió desangrado y el incidente fue captado en imágenes por un fotoperiodista que luego intentó ayudar con primeros auxilios a la víctima. El hechor y su cómplice fueron capturados y ambos fueron encontrados culpables. El asesino recibió una sanción bonancible con base a leyes minoriles.
Un año después yo trabajaba como jefe de redacción en un periódico digital y a través de contactos con maestros de ambas instituciones logramos reunir a seis estudiantes, tres del INFRAMEN y tres INTI para realizar una especie de foro, en la que una psicóloga, un sacerdote misionero y mi persona íbamos a dialogar con ellos para interiorizar sobre las causas de ese odio. La conclusión fue precisamente que se trataba de un odio sin sentido. Ninguno de los seis tenía claridad sobre el origen de las riñas y ninguno aceptó ser pandillero, aunque todos ellos se sentía identificado con alguna pandilla. Es más, en las riñas siempre participaban exalumnos pandilleros y algunos pandilleros que jamás habían estudiado en alguna de las dos instituciones. Sin tener motivos, su fin era acabar con la “raza contraria”. Los estaban usando como “tonto útiles” y los estimulaban con drogas, fiestas y hasta con dinero.
Los jóvenes reconocieron que las prendas de vestir, los útiles escolares y los bolsones de los “estudiantes rivales” eran su trofeo que adquiría más valor cuando para arrebatarlos provocaban daños a la humanidad de la “víctima”. Para ellos era un privilegio denominarse “raza” e intificarse con las pandillas. Al final confesaron que algunas veces rendían cuenta a pandilleros y que sus maestros les tenían miedo.
Años después se adoptaron algunas medidas por parte del Estado, como el hecho de uniformarlos igual a todos los alumnos de los institutos nacionales, pero las pandillas ya estaban asentadas dentro de las instituciones en las cuales continuaron haciendo daño, sobre todo porque continuaron reclutando a estudiantes y utilizando a muchos para sus acciones delictivas graves. Bajo Régimen de Excepción, muchos pandilleros que acosaban los estudiantes ya sea para reclutarlos u obligarlos a ser parte de ellos fueron detenidos y yacen a la espera de un proceso.
Las riñas entre estudiantes ya casi desaparecieron, pero la noche del jueves de la semana pasada la PNC logró la captura de diez estudiantes (del INFRAMEN y el INTI) que participaron en una riña en las cercanías del Redondel Don Rúa. Producto del hecho, en en el cual se atacaron a pedradas, cuatro alumnos resultaron lesionados y hubo que trasladarlos a centros médicos. Bien por la Policía que actuó de inmediato y logró el arresto de los adolescentes que sin tener motivos viven un odio sin sentido.
Los padres de familia deben estar atentos a la conducta y relaciones de sus hijos, los maestros deben saber orientar a sus estudiantes, el Estado debe fomentar las políticas de prevención y oportunidades para la niñez y adolescencia, la PNC debe actuar de inmediato para evitar los brotes de violencia estudiantil y todos, en general, debemos procurar que las pandillas no minen a nuestro alumnado. Cerremos todas las puertas a las pandillas... No a las riñas estudiantiles.