Desde que Nayib Bukele asomó perfilándose como potencial candidato presidencial ganador –tras haber sido alcalde de Nuevo Cuscatlán, siendo titular de la comuna capitalina y perteneciendo aún al partido donde decía haber depositado su “corazoncito rojo”‒pensé y ahora estoy del todo convencido de que la dirigencia del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) fue la principal responsable de haberlo parido, mal educado y catapultado para que ocupara primero la silla presidencial y ahora la dictatorial, luego del concubinato mantenido durante casi tres décadas con su supuesta antípoda: Alianza Republicana Nacionalista (ARENA). De eso siempre he estado convencido y el traerlo a colación hoy día, me empuja a desempolvar un libro escrito por un caballero de pies a cabeza a quien le tuve respeto y estima: Juan Héctor Vidal Guerra.
No me extrañaría que alguien pregunte qué tiene que ver un simple aspirante a defensor de derechos humanos –como su servidor– con un reconocido economista fallecido en mayo del 2023, quien fuera director ejecutivo de la Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP) y jefe del Área Macroeconómica de la Fundación Salvadoreña para el Desarrollo Económico y Social (FUSADES). Me atrevo a decir, para rematar, que cultivamos algún grado de amistad a partir de variadas conversaciones que considero nos enriquecían a ambos. Tuvimos más encuentros que desencuentros, pero siempre mantuvimos presente el respeto mutuo. Parecería ser una relación contra natura; pero no, porque siempre estuve y estaré convencido de que Juan Héctor fue un hombre honesto y, por tanto, bueno.
Y es que, fruto de mi trabajo y diversas experiencias más, desde hace un buen tiempo estoy convencido de que el compromiso con el respeto de los derechos humanos no tiene que ver con el estatus social personal o una determinada definición ideológica. Conozco quienes en su escasez económica los violan y gente pudiente que no; lo mismo ocurre con más de algunos especímenes autoproclamados de izquierda, frente a otros ubicados en la derecha. Eso es así. Recordemos cómo cuestionaban a nuestro ahora santo cuando fue nombrado arzobispo metropolitano, sin haber conocido su labor pastoral cuando era sencillamente el padre Romero; casi lo crucificaban etiquetándolo como un recalcitrante derechista progubernamental.
Aparte de haber sentido aprecio por Juan Héctor, como ya lo expresé, cualquiera podrá preguntarse por qué ahora hablo de él. Pues porque según contó, en 1994 ‒dos años después de haber finalizado el largo y costoso conflicto armado que asoló nuestro suelo patrio‒ tuvo la intención de escribir un libro acerca de la reforma económica que había iniciado en El Salvador; es decir, la imposición del neoliberalismo.Pero no, mejor esperó un tiempo y lo publicó en el 2009 con este sugerente título: “Entre la ilusión y el desencanto”.
Apenas iniciado su prólogo, se lee lo siguiente: “Haberlo escrito en aquel momento sin duda nos hubiera llevado al extremo de idealizar algo que todavía estaba en proceso de gestación”. “Lo que pasaba en ese momento –continuó renglones después en su reflexión introductoria– era que, como muchos salvadoreños, estábamos contagiados por un excesivo optimismo que nos hacía perder la perspectiva de la historia. Vivíamos embelesados pensando que el país por fin había encontrado la senda que andaba buscando desde hacía tanto tiempo. Y no era para menos”, pues “creíamos firmemente” que el estado de cosas que nos había llevado hasta la guerra cambiaría.
Todo el mundo o casi todo el mundo pensaba así. En lo personal me desencanté desde 1993 cuando el 20 de marzo aprobaron la amnistía para fortalecer así la impunidad y el 16 de julio sacaron a los militares de sus cuarteles para patrullar conjuntamente con la recién nacida Policía Nacional Civil, iniciando así la militarización de la seguridad pública; finalmente, cuando en diciembre fue desmontado el Foro para la Concentración Económica y Social sin que lo volvieran a activar. Siempre lo he dicho: esos fueron los tres disparos mortales al corazón del proceso de pacificación; de esa forma ARENA pero más el FMLN se cagaron en este que, según Juan Héctor, era el “escenario ideal para edificar una sociedad cualitativamente distinta”.
La columna semanal que por años publicó él en un periódico de circulación nacional, la tituló “Sendas y surcos”. Pues esos dos partidos torcieron las sendas y cerraron los surcos en el camino hacia la democracia, el respeto de los derechos humanos y la paz. Por eso ahora estamos como estamos: avanzando rápidamente en dictadura, retrocediendo aceleradamente en la exaltación de nuestra dignidad y ante el riesgo de una peligrosa ‒quién sabe cómo‒ vuelta al pasado.