Hay diversas maneras de estudiar los procesos históricos. Una de ellas consiste en identificar lo que se da en llamar los ‘momentos de ruptura’, es decir, establecer el lapso en el que ocurre un cambio de rumbo en una situación concreta.
Por lo general, la ligereza académica que ahora campea en muchos establecimientos universitarios de Centroamérica ha descuidado o banalizado el análisis de los ‘momentos de ruptura’, que desde finales del siglo XV han sido muy interesantes (además de complejos) y explican muchas cosas que ahora se quieren pasar de largo y que ‘iluminan’ las situaciones concretas actuales.
Un ‘momento de ruptura’ no es un día específico en el que ocurren tales o cuales hechos y todo cambia. Ese modo positivista de pensar convierte los estudios históricos en largos y aburridos recuentos de afanes y desaciertos de ‘héroes’ o de ‘malditos’.
Por ejemplo, el lapso que va del 2 de diciembre de 1931 al 25 de enero de 1932, en El Salvador, es un típico caso de ‘momento de ruptura’. Tan es así, que ya nada volvió a ser lo mismo. El golpe de Estado del 2 de diciembre, y donde los oficiales de la Escuela de Cabos y Sargentos tuvieron un protagonismo claro, a la sombra de algunos coroneles y generales, es una circunstancia política que muchas veces se ha visto solo considerando algunos ángulos anecdóticos.
Así, seguir la pista de Jacinto Castellanos Rivas (exalumno de la referida Escuela y uno de los animadores de aquel golpe) en esos días previos y enlazar eso con el hecho de que Castellanos Rivas pasó a ser el secretario privado del ‘nuevo’ presidente, es decir, Maximiliano Hernández Martínez, uno de los generales que estuvo a la sombra de aquel golpe, permite explicar algunas cosas.
De hecho, las declaraciones exageradas y quizá desubicadas de Jacinto Castellanos Rivas después del aplastamiento sangriento del levantamiento insurreccional campesino de la última semana de enero de 1932, donde habla linduras de Hernández Martínez permite identificar las zonas grises de la conciencia colectiva, que al parecer se vio enmudecida (por miedo, por convicción, por indiferencia, por...) frente a aquel derramamiento de sangre.
Años después, Castellanos se zafaría de Hernández Martínez y en 1944 era ya un férreo opositor (fue encarcelado por eso). Y para coronar esto, su hijo, Roberto Castellanos Figueroa, quien fue actor de primera línea en las jornadas de abril y mayo de 1944 y también de la ‘imposible transición (junio-octubre de 1944), pasaría a ser una de las figuras principales del Partido Comunista de El Salvado desde 1950, junto a Salvador Cayetano Carpio y Schafik Handal.
El golpe de Estado del 2 de diciembre de 1931 en apariencia fue impulsado por oficiales de bajo rango, pero capitalizado por la cúpula castrense de aquel momento, y de la que Maximiliano Hernández Martínez era la figura más destacada. Por lo que sobrevendría casi de forma inmediata en enero de 1932, esta cúpula militar había asumido ya un proyecto de poder que el levantamiento insurreccional del 22 de enero contribuyó a poner sobre la mesa.
Es cierto que el tema del empréstito impulsado por el gobierno del que Arturo Araujo era el presidente constitucional causó una fuerte conmoción política, pero no era lo único que estaba activado en la coyuntura salvadoreña que desembocó en el golpe de Estado del 2 de diciembre de 1931. La enumeración podría ser compendiosa, pero sí es posible señalar factores clave: a) lo del empréstito, claro; b) el atraso en el pago de los salarios a los empleados públicos (y al Ejército en particular), c) el ascenso vertiginoso de las luchas laborales (y en las fincas cafetaleras del occidente del país de manera particular), d) el empeño decidido de la conducción de militancia comunista que después de febrero de 1931 fue retomada por Agustín Farabundo Martí y sus colaboradores más cercanos (el abogado Moisés Castro y Morales y el químico-farmacéutico y subteniente Maximiliano Ricardo Cuenca), de abrirse paso en la situación nacional y buscar la posibilidad de ser una opción de poder; e) la posición crítica frente a la ‘cuestión social’ por parte del arzobispo de San Salvador, Alfonso Belloso y Sánchez; f) los efectos de la Gran Depresión mundial de 1929; g) la crisis socio-territorial, por la base, que tuvo a la zona occidental (y a Sonsonate en particular) como pivote y que era una trenza donde el avance en la zona baja de las tierras dedicadas a la caña de azúcar y el avance de la expansión cafetalera en la zona alta, pusieron en tensión la producción campesina (indígenas incluidos) y dio pasó a una suerte de ‘crisis cerealera’.
Ni lo del empréstito ni el golpe de Estado del 2 de diciembre son los elementos que explican por completo el estallido social de enero de 1932.